Walterio Lancy tiene 50 años y vende churros en una esquina de Santa Fe, en La Habana. De joven se graduó en mecánica automotriz en una escuela politécnica y fue dirigente sindical en una base de rastras en Boyeros, hasta 1993, cuando el período especial lo obligó a decir adiós a su oficio.
“Era imposible trasladarme del municipio Playa hasta Boyeros, todos los días. En la base hubo 'reducción de plantilla' y me disgusté mucho con la administración, por injusticias que se cometieron con algunos de mis trabajadores que, aunque contaban con más tiempo en sus puestos que otros, quedaron fuera por no ser militantes del Partido [Comunista]. Pedí la baja. Tuve que desempeñarme en oficios disímiles, hasta que pude comprarme este carrito de churros. No es mucha la ganancia, pero me da para sobrevivir”.
Ni manteniéndose al margen de los empleos gubernamentales, Walterio escapa al sistema. “Como dueño de un negocio particular, puedo decir que no tengo ninguna garantía laboral”. Explica que paga “un impuesto que considero alto”.
“Debo comprar la materia prima a los trabajadores que las 'sustraen' de sus centros laborales, porque no contamos con un mercado mayorista estable ni abastecido, ni con ventajas de pago, y eso provoca que esto de los negocios particulares tengan fallas de origen”.
Walterio tiene licencia de cuentapropista y entrega al estado mucho de lo que gana por los churros, una fritura dulce muy gustada en Cuba. Dice que la mayor parte de lo que le queda, se va en alimentos y en las medicinas para su madre, quien lleva años prostrada en una cama por una parálisis.
“Los precios de los productos alimenticios andan por las nubes y la compra de la canasta de un día, a veces es lo que gano vendiendo churros. Cuba se ha convertido en un callejón sin salida, por eso cada día más gente se decepciona de la gestión del gobierno y el delirio en que están, que ya se pasa de castaño”, dice.
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Resumen que “no hay comida, y cada vez que anuncian una solución al problema alimentario es algo demencial: promueven el avestruz, la jutía, las croquetas de claria, las gallinas decrépitas y últimamente las tripas. Lo que me fastidia de todo esto es que mandan al pueblo a comer cosas que ellos jamás van a probar”.
El cuentapropista reconoce que con el tiempo se ha convertido en un opositor al gobierno.
“Ellos mismos fueron los que me metieron en esto. Yo confiaba en que un día, llegaría el futuro luminoso que me prometieron en mi niñez, pero llevo demasiados años esperando y me cansé, porque ahora que me estoy poniendo viejo descubrí, que estamos en un punto peor que antes.
“Del caos en que se ha convertido Cuba, la única ventaja que obtengo, es que todo el churro que saco a la venta lo devoran enseguida. La gente está comiendo churros a las dos manos. Como aparecen tan pocas opciones alimenticias, cuando el hambre aprieta el churro es la solución a la mano y se ha convertido en la golosina por excelencia de los niños, también para los adultos que muchos desayunan y almuerzan con churros y te aseguro, que he visto a más de uno salvarse con ellos”.
Walterio sentencia que estamos viviendo la era del churro. Y también de la croqueta de claria y la gallina decrépita. Y la tripa.