Las llamadas “aperturas económicas” o “estrategias vitales para inyectar la economía” se suceden cada cierto periodo en Cuba bajo disfraces distintos. Las más recientes fueron anunciadas por el presidente Miguel Díaz Canel, pero otras se pierden en el tiempo, apagadas en las voces de Fidel y Raúl.
Mi vecino el exconvicto recuerda una historia de su amigo español a principio de siglo, que intentó poner en Cuba una fábrica de embutidos.
“Se llamaba Nanín, vivía orgulloso de nacer en tierras de Castilla. Soñaba con poner su fábrica en La Habana y aumentar su fortuna. Disponía para la empresa de medio millón de euros, disueltos en alquileres y en viajes, en reuniones y regalos para los ejecutivos de la industria alimenticia y funcionarios del gobierno, sin conseguir nunca su objetivo”.
“El español andaba como un loco por La Habana en su auto rentado, en gestiones insulsas, en cenas de trabajo que no llegaban a un acuerdo final, perdido entre promesas y una espera prolongada todo el año en que fui su consejero y amigo”.
“Yo le decía constantemente que el gobierno y los funcionarios cubanos lo estaban cogiendo de punto, pero no me hizo caso. Continuó con su empeño, gastándose la vida y el dinero en gestiones condenadas al fracaso y terminó frustrado, se tiró a la bebida, tuvo que regresar a España con el rabo entre las patas”.
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“Recuerdo una mañana, en sus últimos días, que llegó a mi casa y comenzó a tumbarme la puerta. ¡Hostias, joder, que vosotros los cubanos no tengáis más nada que hacer que dormir! ¿No sabéis que es casi mediodía? ¡El país va de puta madre y los cubanos durmiendo al mediodía!”
“Cuando abrí comenzó a quejarse de su fallida fábrica de embutidos y de los jefes cubanos, que no acaban de darles el autorizo. Que todo era el cuento de nunca acabar: trabas burocráticas, carreras de una oficina a otra, regalos y desayunos, y total, todo por gusto”.
“Traía una botella de Havana Club y refrescos Tukola, me preguntó si no tenía limón, porque ese trago en su país iba con limón, cuando le dije que no veía un limón hacía siglos y que en Cuba ese trago iba sin limón, se ofendió porque los cubanos aceptábamos todo con una naturalidad increíble”.
“Con el segundo trago ya estaba borracho. Lloriqueaba por sus descalabros, por el ron sin limón, por sus problemas financieros que se acrecentaban con los gastos inútiles y la morosa atención de las autoridades comerciales”.
“Aquel español era un soñador. Repetía que en España tenía un título de la nobleza: marqués Nanín Verbena, el encanto de las nenas. Que fue capitán de la Legión Blanca, paracaidista y escalador del batallón Navarra en los Pirineos. Campeón en los torneos de Must y del ralling de España. Tenor lírico. Y empresario de una futura firma de conservas y embutidos”.
Pero un día Inmigración le dio un ultimátum: Si no lograba renovar el permiso de trabajo, debía marcharse de Cuba.
“Les escribió a varios ministros, recuerdo todavía partes del contenido de las cartas. Al de Inversión Extranjera: Sepa usted que mi fábrica de embutidos, de alta calidad y muy rentable, abarata grandemente los costos con mi nuevo sistema industrial de Marcha Adelante, que aumentará el rendimiento de las materias primas y las posibilidades de acciones participativas. Al ministro del medio ambiente: Sepa usted que los inyectores a vapor y la decantación del agua tratada, reducen a cero los contaminantes. Al presidente del INDER: Una asignación especial de los productos elaborados se destinará a los atletas de alto rendimiento.
Finalmente, y en un supremo acto de desesperación le escribió a Fidel: Lazos inequívocos de familiaridad nos unen. Mis cálculos referentes a lugar y fechas de nacimientos de nuestros tatarabuelos me convencen sin margen a dudas, que yo y su excelentísimo somos primos. Pero de ninguna carta recibió respuesta”.
“Fue deportado a España, luego de una semana recluido en Factor y Final, el depósito de extranjeros. Lo acompañé hasta el aeropuerto. Estaba flaco, deprimido, barbudo. Cuando chequeó su boleto nos despedimos con un abrazo, pero antes de perderse en el avión se volvió y gritó con su potente voz de tenor lírico, unos versos que retumbaron en el salón y todavía me dan escalofríos: ¡Adiós tierra amada! ¡Quise echar en tu seno mis raíces! ¡Sepultarme en tus entrañas y en tus vísceras! ¡Pero la mala hierba se interpuso! Y sesgaron los frutos antes de haber nacido”.
“Nunca más supe de él. Imagino que no se repuso del golpe”.