Aunque ha llovido bastante, entre mis imágenes de chamaco, recuerdo cuando mi madre se divertía hablando con otras vecinas de la experiencia que acababan de tener: “Habían hecho su primera cola en la bodega”, algo, que para mi comprensión pueril relacioné con el ‘pegamento’. Meses después fue impuesta la ‘libreta de abastecimiento’, solución que duraría ‘seis meses máximo’ según el oficialismo.
Pasó el tiempo y la diversión se convirtió en fastidio, desde entonces las colas se impusieron para comprar ropas, víveres y juguetes. Aquella fantasía de los reyes magos recreada por nuestra inocencia infantil se evaporó de golpe. Resultó que mamá y papá eran aquellos legendarios barbudos montados en camellos que hacían filas durante la madrugada en los portales de las tiendas, para comprarnos los juguetes “básicos y no básicos”.
Durante la “Ofensiva revolucionaria” en los turbulentos años sesenta los rones también fueron restringidos a una botella por núcleo familiar y, al grito: ¡llegó la bebida!, las multitudes se apiñaban en las colas. Al fenómeno le llamaron “ley seca” y, mi padre, se privó de darse un cañangazo para que mi madre cambiara la botella de Bacardí por leche condensada.
Las colas continuaron su rol protagónico durante los años setenta, pues hubo una gran inflación apodada “la danza de los millones”, pero las ofertas eran mínimas y la población vestía harapos, hasta que irrumpieron los calzados kiko plástico, las camisas Yumurí (llamadas popularmente ‘todos tenemos’) y una serie de pantalones estampados con rayas y cuadros procedentes del CAME. Debíamos seleccionar las combinaciones, so pena, preguntaran: “¿está fajao?”.
Los ochentas fueron los años más holgados de la era soviética, acuñada por la caja de picadillo de pescado, el coñac Ararat y las conservas búlgaras. En el mercado Amistad (otrora Sears), las colas para adquirir los mejores y más caros víveres eran descomunales.
Tras la caída del muro de Berlín y el desmerengamiento de la URSS irrumpió la escasez más brutal desde 1959, el archiconocido Periodo Especial. No había opciones paralelas al racionamiento, sin embargo, la dolarización, trajo las colas de vuelta a las llamadas diplo-tiendas y los servi-cupet.
La tenencia del dólar evidenció lo proclive que somos a la envidia y la vanidad gracias a nuestra herencia hispana, algo advertido por Benito Pérez Galdós en sus novelas: Hacer colas representaba un status superior, digamos que un privilegio. El no tener acceso al dólar y mirar las colas desde la barrera te ubicaba en el estrato más miserable de la sociedad.
La gente hacía fila durante horas para comprar cervezas y hot-dog. Las cadenas CIMEX y CUBALSE ampliaron las capacidades de tiendas y cafeterías, así las colas disminuyeron paulatinamente.
Las colas a ritmo de ‘continuidad’
El incumplimiento de los lineamientos raulistas sobre la creación de los almacenes mayoristas para abastecer al sector privado y la política de acercamiento de la administración Obama, que trajo consigo una avalancha de turistas norteamericanos, engordaron de nuevo las colas a causa del desabastecimiento por alta demanda. Para entonces, la prioridad apuntaba a la hotelería militar, no a la alimentación del pueblo.
Con la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump y su política de cero tolerancia con los regímenes de la Habana y Caracas, se desocuparon dramáticamente las góndolas y los frízeres de las shoppings, dando lugar a los primeros altercados en las colas, cuyo clímax, fue la inauguración del mercado de Cuatro Caminos, donde, los vándalos arrancaron puertas y sustrajeron artículos de consumo.
La caída de los ingresos por la ausencia del turismo norteamericano obligó al régimen a luchar por las divisas invertidas por cuentapropistas cubanos en los mercados extranjeros, habilitando tiendas con ofertas competitivas. La salvedad es que ahora ‘la moneda dura’ debe ser depositada en las sucursales bancarias para que los interesados compren a través de tarjetas magnéticas.
Si antaño trocaron el dólar por 0,8 CUC para sacarle los ‘billetes verdes’ del bolsillo a los nacionales, ahora el régimen intercepta la divisa para convertir al cliente en ‘comprador’, no en ‘consumidor’. Aclaramos que el comprador adquiere lo que hay (lo tomas o lo dejas), el consumidor exige. El interés gubernamental es obtener la divisa, no ofertar lo mejor.
Volvieron los molotes para adquirir electrodomésticos, motos eléctricas y automóviles usados, todos de dudosa calidad. Dichas colas también generaron empleos: los llamados ‘coleros’ cobraron 25 CUC (hoy piden más de 100) por los turnos en las tiendas y hasta 300 CUC para comprar automóviles. Muchos de los clientes se sintieron estafados por el Estado y otros reclamaron sus dólares de vuelta. Tal como sentencia el dicharacho: ‘se quedaron con la carabina al hombro’.
Coronacolas y sálvese quien pueda
Con el torbellino desatado por la pandemia, los vídeos de las colas se hicieron virales a nivel internacional. Los noticiarios floridanos mostraban vistas aéreas de las colas de automóviles para someterse a los test de Covid-19 o las recogidas de donaciones de alimentos. Bastó un chispazo de desabastecimiento en algunas cadenas de tiendas estadounidenses para que estallara el famoso ‘bulo de Irma Shelton’, un crimen de lesa información, que buscaba justificar las escaseces en Cuba.
“Cuando hacemos colas es porque algo hay”, aseveró una periodista oficialista espirituana ante las videocámaras de su telecentro, apelando al tremendismo ‘por el supuesto caos alimentario en EE UU’. Así la prensa trataba de manipular ‘el llamado de la selva’ que tocaba a las puertas de nuestras shoppings, mientras se hacían virales en las redes sociales los vídeos de los cubanos cayéndose a pescozones por una mísera bolsa de detergente.
Ante los desordenes, comisionaron al Minint y al Minfar para organizar las colas, pero lo hicieron ‘a su manera’. Durante la madrugada los patrulleros disuelven a ultranza las colas y deshacen las listas de turnos organizadas por los propios consumidores. Contradictoriamente permiten que los coleros hagan de las suyas ante sus narices, desafiando descaradamente sus uniformes, sus carros jaulas y ‘sus controles de identidad’, asimismo, venden turnos; revenden compras y estivan los acaparamientos a la vista de la policía. Lo más espeluznante del thriller son los ancianos regresando a sus casas con las manos vacías.
Las compras on-line fue un experimento puesto a prueba supuestamente para ‘aliviar las colas’, pero la entidad Correos de Cuba, encargada de hacer los repartos demoraron hasta 30 días en las entregas. El desastre fue reparado más tarde, vinculando las bases de taxis a esta modalidad de expendio. Existen ofertas nacionales como los llamados ‘combos’ (paquetes de artículos de aseo o víveres) y, otras, con ofertas de mejor calidad pagadas desde el extranjero a través de los complejos Palco y Suchel.
A pesar de las quejas de los pobladores, el infierno en las colas es parte de la estrategia del régimen para presionar al exilio a desembolsar la moneda dura. Ya están habilitándose tiendas para vender por tarjetas magnéticas con fondos en divisas y gravamen del 10%, adonde las ofertas tienen mayor calidad. Muchos hacen colas en las sucursales bancarias para hacerse de una ‘tarjeta cero dólar’, con la esperanza de ponerle alguna tierrita después. “No hay frijoles. Pero en las tiendas por tarjeta sí”, asegura una residente en el Vedado.
Los dos pilares que sostienen a la dictadura son el ejército y las remesas del exilio. También sabemos que los arcas millonarias de GAESA y las reservas de alimentos del Minfar son intocables. Así obligan a quienes viven allende los mares a mitigar el hambre y las necesidades de sus familiares, si no, ahí están las colas y los coleros; el sálvese quien pueda; más, el hambre y la miseria para hacerles entrar en razón. No hay nada más parecido al chantaje.