Angustiado por la depresión y durante un intempestivo trance, el Dr. Fidel Castro Díaz-Balart, se lanzó al vacío desde un ventanal de la clínica donde se encontraba recluido. Días más tarde, fue sepultado tras una cautelosa ceremonia familiar. El funeral ocurrió 28 años después de que la ambición del padre por construir tres centrales electronucleares inquietara a la región.
En enero de 1990, ejerciendo como secretario ejecutivo de la Comisión de Energía Atómica de Cuba y líder del proyecto, aseveró en un informe temático del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), que cada una de las tres electronucleares tendrían cuatro reactores del modelo soviético VVER y, serían construidas en Juraguá, Oriente y Occidente.
“La inversión ahorraría al país la compra de 2,4 millones de toneladas de petróleo anuales”—justificó—, entretanto, las tres electronucleares generarían una potencia bruta de 5 300 Megawatts, cifra que hoy representa el 20% de la capacidad nucleoeléctrica de Rusia.
Al proyecto se le llamó “la Obra del Siglo”, sin embargo, el propio Fidel Castro la amortajó: “No nos quedó otra alternativa que paralizar la construcción de la obra”, dijo durante un acto político celebrado en septiembre de 1992.
El anuncio reveló que Rusia, después de asumir las responsabilidades de lo que fuera la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), hizo ajustes en los acuerdos crediticios y suministros, porque tras el trágico accidente de Chernóbyl, las exigencias en seguridad se dispararon, (los reactores de la generación II, tenían que evolucionar a la generación III) y, para acometer los cambios, la parte cubana estaba precisada a liquidar al contado 200 millones de dólares (USD) a empresas rusas y otros 200 millones a terceros países. Pero Juraguá ya era insalvable. Cuba se estrellaba estrepitosamente contra el Periodo Especial.
El inconcluso primer reactor, costó a la economía nacional más de 1100 millones de dólares (USD), absorbidos por la ejecución del 75% de la obra civil y montajes tecnológicos, con un gasto de más de 350 mil metros cúbicos de hormigón— el suficiente para fundir el volumen estructural del capitolio Nacional—, la instalación de 10 mil toneladas de equipos y tuberías, la construcción de 2000 viviendas, líneas ferroviarias, carreteras, puerto, policlínico y otros.
Dentro del cúmulo de detalles, Castro no esclareció por qué su primogénito, fue destituido tres meses antes por “ineficiencia en el desempeño de sus funciones”. Su democión insinuaba que era responsable del fracaso, pero todos los inconvenientes expuestos eran ajenos a sus gestiones. El dedazo señaló a un solo culpable: “El desmerengamiento de la URSS”.
Del sueño a la pesadilla
Según el informe de Castro Díaz-Balart, los reactores destinados a Juraguá eran del modelo VVER- 440/V-318, con reactividad negativa y enfriamiento por agua presurizada (agua-agua o PWR por sus siglas en inglés), que en distintas versiones representaban la única serie soviética exportable, con puestas en marchas en Finlandia y la propia URSS, más otras construcciones iniciadas en la ex República Democrática Alemana, la ex Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria y otros.
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Las exigencias tras el accidente de Chernóbyl imponían el rediseño de sus sistemas de controles y seguridad. Finlandia occidentalizó la versión soviética, mientras el resto de los inversores se adaptaron a las nuevas reglas o clausuraron los montajes.
Acorde a las revelaciones de una fuente que pidió no ser identificada: “El rediseño del sistema de control y seguridad de Juraguá, se le encargó a una entidad de proyectos leningradense, especializada en la industria armamentista, pero esta lo rechazó. Posteriormente, una empresa checoeslovaca aceptó la encomienda, pero la Revolución de Terciopelo frustró el acuerdo”.
Aunque en febrero de 1978, Castro afirmó en un discurso que el primer reactor comenzaría a construirse en 1982, para estar listo antes de1985, el 75% de la ejecución tardó diez años a causa de la anarquía en los despachos de equipos, partes y piezas. Y, ejemplificó: “Las tuberías, bridas, juntas y tornillos llegaban en diferentes buques, atrasando según cronograma, los montajes tecnológicos por varios meses o años”.
“Tales irregularidades fueron reclamadas desde la época de la URSS —añade la fuente—. Luego Rusia modificó el acuerdo pactado en sistema CIF (su flota transportaba los suministros a la isla), por el sistema FOB, donde Cuba estaba obligada a fletar barcos, mientras la responsabilidad rusa concluía en la bodega de la nave”.
A los inconvenientes, se sumó que las presiones máximas de diseño para las contenciones de Juraguá, representaban menos del 50% de las exigidas para la generación III, sugiriéndose demoliciones y reforzamientos estructurales.
Conjuntamente, un ingeniero cubano que trabajó en el montaje tecnológico, declaró en Washington que: “muchas soldaduras no fueron verificadas con rayos X”. Por lo que una puesta en marcha representaba un desastre latente.
Más tarde la Ley Helms-Burton sancionó el reinicio del proyecto en la sección 111, rematando la insistencia de Castro por continuar la construcción.
Juraguá, “La Ciudad Nuclear”, se convirtió en un batey apagado. El capital humano de 2 000 profesionales y 1 000 obreros de alta calificación, entrenados en la URSS, pasaron a ejercer otras profesiones: se convirtieron en burócratas, o desempeñaron otros oficios.
Castro-utopía nuclear
En 1972 y sin muchos esfuerzos, Castro persuadió a Leonid Brehznev para construir tres centrales electronucleares en Cuba, a pesar de la insignificante industria nacional y su condición de isla, que anulaba la posibilidad de exportación energética. La justificación para el proyecto, consistía en tropicalizar la tecnología nuclear soviética tomando a Cuba como polígono de ensayos, para luego, emprender una intensa campaña de marketing en Latinoamérica.
Pero el ahorro económico publicitado oficialmente por Castro Díaz-Balart en su informe, era una falsedad. Con la opción nuclear no se ahorraría ni un céntimo, al contrario, se multiplicarían los gastos para cubrir los costos de mantenimientos, compras de uranio y almacenamientos de residuales radioactivos.
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Si bien las centrales electronucleares no emiten gases de efecto invernadero, ni queman oxigeno, no son rentables, pues los costos de construcción y clausuras resultan imposibles de amortizar por la inconveniencia de elevar los precios de la energía eléctrica.
Una década después del cierre de Juraguá, la tecnología nuclear se elevó a la generación III+, imponiendo nuevas exigencias de seguridad tras el ataque terrorista del 9/11/2001: los domos de los reactores tuvieron que rediseñarse para resistir el impacto de un avión comercial, elevando los costos de inversión por cada Kw nucleoeléctrico a cifras entre los 2 500 y 10 000 dólares (USD).
Hoy la empresa rusa, Rosatom, tiene acuerdos para proyectos en Bangladesh, China y Vietnam, y su modelo VVER ya evolucionó a la generación IV, antisísmica. Sus ofertas también fueron adquiridas por clientes como la India e Irán, dos países que han inquietado a la comunidad internacional, pues el primero desarrolló el arma nuclear y el segundo posee la tecnología para hacerlo.
Castro Díaz-Balart, ¿héroe o villano?
La proliferación de las armas nucleares es el principal riesgo de proveer estas tecnologías a regímenes irresponsables y, la personalidad de Fidel Castro fue el mayor peligro del programa nuclear cubano, cuando estampó su nombre en el Hall de la fama de los psicópatas mundiales, al sugerir a Nikita Jrushchov durante la crisis de los misiles de 1962 “dar el primer golpe nuclear”, justificando así, que la URSS y Occidente desconfiaran de su perfil impulsivo.
Dichos recelos, más la apatía de las empresas soviéticas, las irregularidades en los suministros y las negligentes asesorías técnicas, exacerban las sospechas de que la propia URSS saboteó la construcción de la primera central electronuclear cubana, durante los mandatos de Andrópov, Chernenko y Gorbachov (1982-1991).
En cuanto a una aparente participación de Castro Díaz- Balart en la componenda, no existen pruebas, pero hay fundadas inquietudes, dada la certeza de que alguna ingratitud agravada forzó a su enfurecido padre a destituirle.
Héroe o villano, Castro Díaz-Balart permaneció en el ostracismo a pesar de nombrársele asesor del Consejo de Estado, del Ministerio de la Industria Básica y ocupara una vicepresidencia de la Academia de Ciencias.
Fue galardonado en el 2013 con un doctorado honoris causa en la Universidad Estatal de Moscú. Le vieron inadvertidamente en Dubái, alojado en hoteles donde las habitaciones cuestan entre 8 mil y 20 mil dólares por noche, y por último, en un festín VIP, celebrado durante el efímero deshielo de Obama, en el que posó para una instantánea junto a Paris Hilton.
Por infortunio, 14 meses después del fallecimiento de su padre, las memorias del Dr. Fidel Castro Díaz-Balart saltaron al vacío junto a él. Optó por suicidarse como su colega ruso el Dr. Valeri Legásov, quien dirigiera las operaciones para sofocar el desastre de Chernóbyl y encubriera en la sede de la OIEA los desperfectos de los reactores RBMK, con la salvedad, de que antes de volarse los sesos, legó sus memorias grabadas en casetes.
Castro Díaz-Balart también fue copartícipe de la mentira de Estado, pero en su caso y hasta que no se pruebe lo contrario, prefirió endeudarse con la verdad.