"Anote usted enseguida el gran pecado imperdonable de todos los tiempos: la despensa vacía, el caldero ocioso" —ripostó una vez Lezama Lima a un periodista diletante que le preguntaba, para chincharlo, sobre su propensión a la gula.
Pasan los años y Cuba cambia, pero lo que no cambia es el hambre de los cubanos. Un hambre sorda, silenciosa, como la roña. Siguen viviendo en pecado, como diría Lezama. Tal vez para redimirlos de esa transgresión involuntaria, ha regresado a La Habana el teólogo de izquierdas Carlos Alberto Libanio Christo, más conocido como Frei Betto, esta vez como participante estrella del evento gastronómico que tuvo desvelada esta semana a la Primera Dama de Cuba, Lis "Machi" Cuesta Peraza.
Betto fue el encargado de pronunciar la conferencia inaugural del II Taller Internacional Cuba Sabe 2020, que llevó por título "Soberanía alimentaria en el siglo XXI". De la Teología a la Gastronomía de la Liberación. Bromas aparte, en realidad, Betto tiene algún currículum culinario: su madre era una reconocida cocinera —autora de varios libros sobre la gastronomía de Minas Gerais— y él fue el encargado de coordinar el Programa Fome Zero (Hambre Cero), la iniciativa modelo con la que Lula da Silva, el entonces presidente de Brasil, pretendía erradicar la hambruna en su país. (Más tarde, sin embargo, abandonaría el gobierno por desavenencias con el Partido dos Trabalhadores, que a su juicio “cambió su proyecto de Brasil por un proyecto de poder”).
Bienvenido sea, entonces, el fraile a la isla siempre fiel, refugio de los soñadores sangrientos del Foro de São Paulo, donde tiene abundante material de estudio. Y sin embargo, del problema que constituye la especialidad de Betto, EL HAMBRE, se habló poco en La Habana. Parecía que ese foro gastronómico tenía lugar en un país de furibundos gourmets y funcionarios seriamente preocupados por hacer que a la Guía Michelin le llegaran noticias del arroz congrí y la yuca con mojo. Promover el sabor cubano era la palabra de orden.
Además de un gusto cuestionable por la moda local, la gran pasión de Cuesta parece ser la gastronomía. Ahí también el nacionalismo ramplón es su divisa. La "Máster" Cuesta Peraza (así la presentó Cubadebate, entre otras tantas cursilerías), tuvo incluso el atrevimiento de asegurar que el objetivo de la cita era justipreciar la culinaria cubana, perpetuar sus esencias, “el sabor de casa, que es el sabor de Cuba”. No sé de qué casa hablará Cuesta, pero en las que yo recuerdo había que raspar el caldero. ¿Qué cocina criolla puede quedar en un país que lleva décadas luchando por llevarse algo a la boca?
Pero claro, cada vez que Machi debe inaugurar algo en un hotel cinco estrellas con buffet libre, hay un abultado séquito de funcionarios panzones dispuesto a acompañarla, alabarla y escuchar sus tonterías. El último día, leo, los invitados asistieron a "una clase práctica de postres cubanos y de recetas oriundas de la región oriental de Cuba". Se presentaron quesos y embutidos made in Cuba, se celebró el casabe y el pescado tetí, se hicieron degustaciones de un ron nuevo, que marida bien, dicen, con los Cohibas.
Fuera de la vitrina, la realidad era bastante más sórdida: avestruz en púa, jutía (con suerte) y hasta cocodrilo. Una búsqueda desesperada de proteína animal, que beneficia a los que están más cerca de la selva.
La actual crisis alimentaria en la isla no tiene el nivel del Periodo Especial, pero hay gente que sigue comiendo gato o claria. En las redes sociales, los cubanos se desahogan comentando la falta de respeto que representan estas exhibiciones gastronómicas, mientras la comida que se le da a los enfermos en los hospitales o a los niños en sus escuelas tiene muy poco que ver con todas esas delicatessen sobre los manteles aún blancos del Iberostar Packard, cómplice de este esperpento.
Pero ahí siguen los cubanos, mirando vidrieras y obesos funcionarios en guayabera, soportándolo todo, con el caldero ocioso.
En cuanto a Betto, tal vez valdría la pena volverle a recordar, como ya hizo hace años su némesis brasileña, el periodista Olavo de Carvalho, una frase de Simone Weil: "Estar en el infierno es creerse, por engaño, que se está en el Cielo".