Es como el “cuento de la buena pipa”. Una pesadilla circular.
La Habana, verano de 1959. Recuerdo a una persona decir muy segura de que el presidente norteamericano, Dwight “Ike” Eisenhower, en medio de la Guerra Fría “jamás permitiría la consolidación de una base soviética a 90 millas de las costas de Estados Unidos”. Quien hablaba era un veterano de esa “guerra olvidada” en la que murieron más de treinta mil estadounidenses.
El razonamiento era impecable. Las Fuerzas Armadas estadounidenses, pocos años antes, entre 1950 y 1953, durante la presidencia de Harry S. Truman, fueron a pelear a la península coreana, un país pobre y polvoriento, a miles de millas de distancia, supuestamente bajo una orden de la Organización de Naciones Unidas, la recién estrenada ONU. El propósito real era impedir que China –el mundo comunista– tuviera otra victoria y conquistara otro país.
No obstante, el 1 de enero del 2023 el gobierno cubano comenzará el año 63 de su ininterrumpida estancia en el poder ejerciendo su más obstinado “antiyanquismo”, sin que parezca importarle un comino al “Tío Sam”.
¿Por qué esa indiferencia ante La Habana y su odio acendrado en contra de “los americanos”? Por varias razones y, entre ellas, la incansable labor de la inteligencia cubana.
Ana Belén Montes, puertorriqueña, fue la espía de más alto rango, pero no la única, sembrada por “los cubanos” en la Agencia de Inteligencia de la Defensa de los Estados Unidos. Los primeros contactos con La Habana ocurrieron en 1984, 17 años antes ser detenida y acusada de espionaje, diez días después del 11 de septiembre del 2001. Fue convicta y condenada a 25 años de prisión, más cinco de vigilancia estrecha, aunque teóricamente los pasará en su casa. Los dos hermanos –Tito y Lucy, hembra y varón– trabajan lealmente para el FBI. Pronto Montes saldrá de la cárcel, pero habría dejado su pérfido trabajo muy bien realizado.
En efecto, Ana Belén Montes llegó a ser la principal analista sobre Cuba de esa institución federal durante un buen número de años. Su trabajo consistía en coordinar desde el Pentágono la visión entre los diferentes aparatos de inteligencia sobre la revolución cubana, pero su misión secreta, pactada con La Habana, era minimizar el riesgo del comunismo cubano y convencer a Washington de la conveniencia de levantar el embargo que se cernía sobre la isla.
Fidel Castro vio con pésimos ojos la llegada de Gorbachov al Kremlin (1985). Llegó a pensar que se trataba de un agente de la CIA. “No se puede ser tan idiota”, decía entonces. Se preparó para lo peor. Se reunió con el sindicalista Lula da Silva. Brasil era un país gigante y el dirigente de los metalúrgicos podía arroparlo con el “Partido de los Trabajadores”. Fidel Castro lo convenció de que respaldara el Foro de Sao Paulo. Se trataba de una especie de ‘Internacional’ de la izquierda latinoamericana en la que figuraban las organizaciones más violentas, como las FARC y otros 47 grupos, que se dieron cita en Sao Paulo en julio de 1990.
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Mijaíl Gorbachov tenía la estrategia de “liberar a Rusia del peso de la Unión Soviética”. Fidel, que nunca sacó cuentas, le importaba un comino que la URSS se arruinara en el trayecto. Lo suyo era combatir y derrotar a Estados Unidos, su guerra particular desde que le confesó a su secretaria y amante Celia Sánchez su leitmotiv en una carta manuscrita del 5 de junio de 1958 en plena Sierra Maestra.
La visión estratégica de Gorbachov se evidenciada en dos asuntos muy importantes para Fidel: le notificaron, muy discretamente, que Moscú no continuaría pagando la presencia de los cubanos en África; y el mensaje de la URSS al Frente Sandinista de que no seguiría financiando la guerra a los “Contras”. Gorbachov instaba a los sandinistas nicaragüenses a que se presentaran en elecciones libres frente a Violeta Barrios de Chamorro, algo que Fidel desaconsejaba vivamente.
Parecía, pues, que se deshacía el comunismo, pero al régimen cubano demostró que la perseverancia rinde grandes frutos, aun cuando no sean los mismos objetivos que preconizaba la URSS: acabar con la propiedad privada.
En los años 1990 y 1991 daba la impresión que América Latina había vuelto al redil de la democracia y el desarrollo. Chile se había desprendido de Augusto Pinochet, aunque mantuvo su apuesta por el mercado. Pero no fue así: en 1994 Fidel invitó a Hugo Chávez, un desconocido golpista venezolano que acababa de salir de la cárcel y sólo tenía menos del 2% de apoyo popular. A fines de 1998 Chávez resultó electo presidente de la mano de los operadores políticos cubanos y comenzó el regreso del caos.
En el 2006 fue elegido Evo Morales en Bolivia. En el 2007, Daniel Ortega y Rafael Correa, en Nicaragua y Ecuador. En el 2019 muchos chilenos jóvenes se rebelaron contra el mercado, destruyendo numerosos símbolos de sus éxitos recientes. A fines del 2021 fue elegida Xiomara Castro de Zelaya. Ella controlará el gobierno de Honduras, su marido ocupará el poder.
Como decía: es como “el cuento de la buena pipa”. Una pesadilla circular. No hay remedio.
Tomado de El Blog de Montaner
Portada: Canel, Maduro, Raúl Castro y Evo en reunión del Foro de Sao Paulo en La Habana. Foto: EFE