Ofelia Padrón tiene 94 años y vive con su sobrino Hugo en el céntrico barrio del Vedado. La vida se les ha complicado enormemente cuando la anciana resbaló en el baño y se fracturó la cadera.
“A pesar de su edad, tía se mantiene bien — cuenta Hugo— Su salud es bastante buena, come de todo, por lo menos lo poco que puedo conseguirle. Pero ahora tuve que sumar los gastos de hospital y las medicinas. Y ya no puede pararse de la cama, ahora mi esfuerzo es el triple de antes”.
Hugo confiesa que cuidar a un anciano de la tercera edad en Cuba es un sacrificio tremendo.
“Los ancianos tienen que desayunar, merendar y tener dos comidas, pero como está la cosa económicamente se vuelve muy caro todo. Mi hermana me ayuda con algo desde Atlanta y todo lo que manda me lo gasto en tía, que debe consumir frutas y vegetales, carne, leche y yogurt. Estoy en la batalla por conseguirle una silla de ruedas, pero esa es otra historia, larga, que parece no tener fin”.
La población cubana se encuentra entre las más envejecidas del mundo, y se vuelve un reto para las familias de bajos recursos (la mayoría) cuidar a sus ancianos.
Carlos Frías Reguera, vecino del barrio El Roble en Santa Fe, convive con dos ancianos en su vivienda, más su esposa y sus tres hijos. El inmueble solo tiene dos habitaciones en muy mal estado constructivo.
“Es una tragedia, porque mi salario no me alcanza para mantenerlos bien alimentados. Tampoco puedo comprarle pañales desechables, que necesitan los dos. Ni el jabón ni el detergente que consigo en el trabajo dan abasto a estas necesidades. No quisiera que murieran todavía, pero sinceramente cuando esto ocurra, será un alivio tremendo”, cuenta.
Los hijos de Carlos detestan a sus abuelos. Dicen no soportar el mal olor que sale del cuarto y la demencia que padecen. Carlos y su esposa Nereida tienen toda la paciencia del mundo con ellos. Los bañan y los mantienen limpios.
“Son nuestros niños, estamos recompensando los desvelos que tuvieron para cuidarnos a nosotros, pero nuestros hijos no lo entienden, les roban los alimentos, los insultan, dicen que están locos porque se mueran ya para ocupar el cuarto y no verlos más”, reconoce.
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Madeleine Ortiz Buenaventura, de Lawton, es vendedora en una cafetería y todo lo que “lucha” en la cafetería es para cuidar a su abuela de 97 años que permanece en una silla de ruedas, con una pierna amputada producto de la diabetes.
“Conozco personas que odian a sus abuelos y a sus padres de avanzada edad, y los maltratan, o no los atienden debidamente; pero conmigo no va eso, voy a cuidar a mi abuela hasta el final y mientras viva no le faltará lo que necesita”.
De la cafetería donde trabaja, Madeleine saca la merienda y la comida de la anciana, además paga a una vecina para que la atienda mientras trabaja, “pero no todo el mundo es así, por ejemplo, al lado de mi casa se murió un viejito de desnutrición, vivía solo con la nieta, que lo mantenía amarrado a la pata de la cama. Lo descubrió un fumigador cuando exigió que abrieran el cuarto para fumigar. Aunque la nieta dio explicaciones el fumigador avisó en el policlínico y fueron con la policía. Se llevaron presa a la muchacha y al viejito lo trasladaron al hospital. Pero ya era tarde”, relata.
En Cuba los ancianos constituyen un segmento vulnerable de la población, debido a las bajas pensiones que reciben, la carestía de la vida diaria y el problema del fondo habitacional.
Carlos Alberto Mastrapa, por ejemplo, vivía con su madre en una buena casa en un barrio residencial. Internó a la anciana en un asilo y vendió la vivienda para irse del país.
“Yo pensaba ayudarla cuando estuviera en el yuma, porque aquí de verdad que no podía hacer mucho por ella, sin empleo y sin dinero para tantos gastos, pero la jugada me salió mal. Primero me estafaron con una visa para Ecuador y luego con otra para una salida por Nicaragua. Al final tuve que comprarme un cuartucho en Romerillo. Ahora me da pena ir a verla al asilo y llegar con las manos vacías”.
En las calles céntricas de La Habana y por todo el país, se ven ancianos pidiendo limosnas, o durmiendo en parques y portales. ¿Y dónde están sus hijos? ¿Cuáles serán sus historias? ¿Cómo la vida y la sociedad los relegó a su estado actual?