Jaimanitas es un pueblo rico en borrachos y locos. Entre ellos resalta el viejo Anselmo Cancio Olivera, alias “Lupe”, como uno de los locos más creativos.
Cuentan que en su juventud Lupe fue un hombre trabajador, muy tranquilo, incluso tenía familia, pero un desastre familiar disparó repentinamente su desequilibrio y cuando los médicos le indicaron ingresar en el Hospital Psiquiátrico, dijo:
“¡¿Mazorra?! ¡Los fósforos! ¡Para allí no voy yo ni loco!”.
Entonces se fue a la orillas del mar y en un saco comenzó a recolectar conchas, caracoles, almejas, cangrejillos, y todo lo que pudiera servirle, para lo que llamó “terapia por cuenta propia”.
“Me encerré por seis años en mi cuarto, a curarme. Aprendí a disecar, sin asesoramiento alguno. Tenía herramientas, madera y barniz, y mi hermana Elisa me llevaba un plato de comida cuando terminaba mi faena. Así construí mi ‘Rincón Marino’. A los seis años cuando abrí el cuarto otra vez, y Jaimanitas entero desfiló por allí para ver con asombro lo que había construido”.
Mucha gente compró sus creaciones, e incluso le hicieron encargos.
“Cobraba barato, pero me alcanzaba para una cajita de comida y los cigarros, que no me pueden faltar. Luego me aburrí de la taxidermia y comencé a impartir terapia a cambio de cigarros, a otros locos del pueblo que sus familiares traían hasta mi cuarto, para evitar como yo el ingreso en Mazorra. Pero ninguno tenía talento, ni tampoco disposición de encerrarse en un cuarto por seis años. Yo analizaba su caso y le daba consejos, siempre recetando el trabajo como forma de mantener la mente ocupada y así no dar crédito a las siniestras voces en la cabeza, que es la parte peor de la locura”, cuenta.
Lea también
“Pero de eso también me aburrí y comencé a ganarme la vida chapisteando los viejos refrigeradores americanos. En eso también me volví un artista, hasta que llegó la esquizofrenia de Fidel con su revolución energética, y de golpe se esfumó mi fuente de empleo, quedé otra vez ante el peligro de una recaída y dije: ¡No! ¡Mil veces no!, a las voces que me decían: ‘dale Lupe, suicídate, tírate del puente de La Lisa, lánzate ante una guagua 191 en 5ta avenida, échate un cubo de agua arriba y aprieta fuertemente un cable de las 220 y termina esta película’. Para contrarrestar las voces asesinas comencé a cantar, y a cantar, y me salió una tonada, bonita, y dije: ¡Sí, lo conseguí, soy cantante profesional!”.
Un día le regalaron una guitarra y el viejo Lupe se fue a cantar a la “Ruta de Fuster”, (José Rodríguez Fuster), un pintor que consiguió incluir a Jaimanitas en el mapa turístico de la ciudad, con su obra de cerámica en las fachadas de las viviendas y su taller de pintura visitado diariamente por decenas de turistas.
“Y ya ves, ahora sí estoy en lo mío, la música”— sonríe Lupe y añade— “Solo necesito que el turista se detenga un momento y me escuche, y ya lo tengo metido en el ajo. A veces me dan poco, pero he tenido días de ganarme hasta 25 fulas, (CUC)”.
A pesar de tener una sola tonada y que su guitarra solo tiene tres cuerdas, resultan suficientes para arrancarle una melodía contagiosa, donde varía la letra en dependencia del país, el nombre del turista y de algún rasgo personal que lo distinga. Sus versos son agradables, picantes y siempre terminan con el adjetivo “bonita”, que arrancan las sonrisas de los extranjeros y también los euros y dólares que les entregan con gusto.
Este personaje pintoresco ya es parte de la “Ruta de Fuster”, y es un ejemplo de cómo un loco venció una enfermedad que en Cuba se traga a mucha gente, en medio de una situación económica y social cada vez más convulsa, donde la única salida que algunos encuentran es el suicido, orientado por “voces interiores”.