Diez días en Mazorra: la memoria en el lente de Damaris Betancourt

En el hospital psiquiátrico de La Habana, conocido como “Mazorra”, la fotógrafa cubana residente en Suiza, Damaris Betancourt, enfocó su cámara durante más de una semana
Damaris Betancourt. Foto: Cortesía del Autor.
 

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Damaris Betancourt es una fotógrafa cubana residente desde hace muchos años en Suiza. Luego de un corto trayecto por la Facultad de Derecho en la Universidad de La Habana, emprendió su formación autodidacta en la fotografía y el aprendizaje de la lengua alemana de manera independiente.

Nació en La Habana, en 1970, y con 22 años llegó a la ciudad de Zúrich, donde todavía vive con su familia. Colaboró en varios proyectos cinematográficos y periodísticos relacionados con la isla, a través de los que continuó su formación visual. Durante más de veinte años ha publicado sus fotografías en diversos medios suizos. Su proyecto actual es un amplio ensayo fotográfico sobre La Habana.

Cuando la visita del Papa Juan Pablo II en 1998, Damaris intentó acreditarse para entrar al país como como fotorreportera de un periódico suizo. Sin embargo, le negaron la autorización. No se derrumbó y continuó con la idea de hacer su arte en la isla.

En el hospital psiquiátrico de La Habana, conocido como “Mazorra”, enfocó su cámara durante más de una semana. Pacientes, doctrinas, gestos, miradas, vigilancias: el centro quedó documentado en una serie fotográfica que muestra lo más humano del deterioro y el vacío.

Hoy podemos acceder a este trabajo gracias al recién publicado libro Diez días en Mazorra (Rialta Ediciones), como parte de la colección Fluxus, con epílogo del intelectual cubano Carlos Aguilera. ADN Cuba entrevista a Damaris Betancourt sobre este libro y otros proyectos.

– ¿Por qué seleccionaste el hospital psiquiátrico para las imágenes? ¿Cómo llegaste allí?

A principios de 1998 fui a Cuba. Quería documentar la visita del Papa, para un periódico suizo. Había iniciado los trámites de la credencial en el consulado en Berna, e ingenuamente creí que a mi llegada a La Habana solo tendría que recoger el documento. Me encontré con la negativa del Centro de Prensa Internacional (CPI) cubano, sin ningún motivo claro. Entendí que no me acreditaban por ser cubana.

No quise dejarme desmotivar por el incidente. Recordé que tenía unos contactos en la dirección del Hospital Psiquiátrico, y que podía aprovechar muy bien mi tiempo haciendo fotos allí. Mazorra me interesaba desde hacía mucho, todos los ingredientes para una buena historia estaban allí. Estuve antes con un periodista suizo, investigando para un reportaje sobre el tema psiquiátrico. En aquel encuentro que tuvimos con [el comandante Bernabé] Ordaz dejé entredicho mi interés por retratar a los pacientes. Noté que Ordaz era muy presumido: se teñía el pelo y la barba, calzaba unos zapatos tipo plataformas para camuflar su baja estatura. En un momento dijo su edad y objeté diciendo que lucía mucho más joven. Creo que ahí gané su simpatía. Me dejó sus números de teléfono, y al ocurrir el incidente en el CPI lo llamé. Él me dio la autorización.

– ¿Qué recuerdas de aquellos días, mientras fotografiabas pacientes y espacios del hospital?

Recuerdos tengo muchos. Como era de esperar, tuve acceso casi exclusivamente a los “locos felices. Eran en general respetuosos y cariñosos. Contentos por mi visita, intrigados por mi cámara y obsesionados con mis cigarrillos. Unos muy introvertidos, otros muy expresivos. Sucedió un par de veces que algunos, al verme con una cámara, se me acercaron en pose de entrevistados, haciendo declaraciones políticas. Otros voceaban cosas que, si las hubiera dicho un cuerdo en la calle, hubiera terminado en la cárcel.

Hubo momentos tanto divertidos como tristes. Estar en la oscuridad amarillenta del laboratorio durante más de un mes, acompañada de estos rostros, fue revivir la experiencia. Sin dudas se dio un hilo afectivo hacia ellos. Sé de memoria casi cada retrato.

Sobre todo, no olvidaré aquellas miradas perdidas, acuosas. A pesar de ser “inexpresivas” evidenciaban sufrimiento y vacío. Recuerdo en especial el caso de una madre y un hijo, los dos pacientes estacionarios, pero en él la esquizofrenia (que había heredado de ella), era mucho más severa. Ambos formaban parte del grupo de baile y canto del hospital. Durante los ensayos estaban siempre juntos, ella lo acariciaba, lo protegía, como queriendo salvarlo de su fatalidad.

– En la isla las instituciones de salud tienen un aspecto casi siempre deplorable. En estas fotos específicamente, se hace evidente el desgaste, la enajenación… ¿Se parece el Mazorra de las fotos a la Cuba de hoy?

Mazorra es un campus espléndido, construido durante la colonia, con edificaciones de gran calidad, extensiones verdes, áreas deportivas. Pero ya entonces se notaba el descuido y los daños de los “aportes” del diseño revolucionario. Veintitrés años después no quiero imaginarme en qué estado está Mazorra, porque la destrucción de Cuba ha sido sin pausa ni retroceso. No obstante, la mayor semejanza que veo entre Mazorra y la Cuba de hoy no se reduce a lo exterior, es el hecho de que el paciente psiquiátrico es usado como pancarta ideológica, disciplinado y reprogramado en función de una doctrina. El hospital es como una maqueta de la sociedad que se ha estado construyendo afuera. Mazorra es una Cuba dentro de Cuba.

– En estas imágenes los rostros están vivos, conservan sus rasgos más humanos, sus gestos, sin decorados artificiales, ahí radica la potencia de estas obras. ¿Pudiste hacer las fotos a todos, y a todo, lo que deseabas? ¿Hubo restricciones?

De ninguna manera tuve acceso a todo como deseaba. Tenía la esperanza de encontrar alguna evidencia de esa afirmación de que Mazorra, además de manicomio, es también un lugar donde se tortura a disidentes políticos, pero fue imposible. Siempre estaba acompañada por un doctor en psicología encargado por la dirección que, haciendo honor a la verdad, era igual de afable y jocoso, como firme en su tarea de control y censura.

– ¿En qué proyectos te encuentras trabajando?

Hace poco más de diez años comencé una especie de “inventario” de La Habana, donde intento documentar, al unísono, el deterioro material de la ciudad y el desgaste anímico y mental de su gente. No pretendo fotografiar derrumbes, sino transmitir en imágenes la asincronía que provoca vivir entre ruinas. Entiendo la ciudad como hábitat; como espacio y contenido; ámbito y extensión, pero también experiencias, estímulos, proyectos. Ese entorno, La Habana, que además está lleno de nuestra historia, se está perdiendo. Con mis fotos quiero llamar la atención sobre esto, que me parece de mucha importancia para nosotros como nación. Tendré la oportunidad de mostrar un fragmento de este ensayo fotográfico, al que titulé “Habana siglo XXI”, en la Bienal de Arquitectura de Venecia de este año.

 

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