Los cubanos necesitamos más que nunca creer en la fuerza de lo pequeño y en la eficacia de la semilla. Esta fue nuestra opción y nuestro lema desde la fundación de la revista Vitral y del Centro de Formación Cívica y Religiosa al principio de la década de los 90´s (Vitral. Editorial No. 8, julio-agosto. Año II. No. 8. 1995).
Hoy en Cuba, con más frecuencia que nunca en las últimas décadas, surgen iniciativas cívicas, económicas, culturales y políticas. Todas muy diversas y a todo lo ancho y largo de la Isla, y de nuestra Diáspora. Tienen, por lo menos, tres cosas en común:
-Son fruto y señal de la libertad imperecedera del espíritu humano y del alma de la Nación.
-Son prueba y huella de la pluralidad y de la diversificación de roles de la sociedad civil.
-Son, numérica y temporalmente, pequeñas.
Estas tres características son positivas y nos pueden aportar tres enseñanzas:
-Nada ni nadie puede bloquear totalmente, ni por todo el tiempo, al espíritu humano.
-La naturaleza y la riqueza de la sociedad civil es su pluralidad y diversidad de vocación y misión.
-La fuerza y el impacto de las obras humanas no siempre pueden evaluarse por el número, el espacio y el tiempo.
Quisiera hoy detenerme en esta tercera característica y moraleja: lo pequeño y diverso.
Uno de los grandes y perturbadores mitos de la humanidad es esa egolatría de la grandeza, y esa idolatría de la fuerza bruta. Otra de las grandes invenciones en busca de una falsa eficacia es la masividad y la simultaneidad de las acciones. Sin embargo, si recorremos la historia conocida de la humanidad encontraremos suficientes evidencias de lo engañosos que resultan estos mitos que son frutos del delirio épico y grandilocuente de ciertas filosofías y etapas del devenir histórico.
Algunas de estas formas de ver la vida y de reinterpretarla, a veces contra natura, nos han querido convencer de que, para que una acción humana sea eficaz y duradera, incluso a veces con la pretensión de “eterna”, necesita ser: con unanimidad o con la mayoría, cuando todos o la mayoría logren “unirse”, y cuando todas las acciones coincidan en el mismo tiempo y lugar. Falso históricamente. Falacia para dominar y desanimar.
Invito a buscar ejemplos, verídicos y comprobables, a lo largo de la historia humana. Aquí solo pondré tres ejemplos en tres culturas, geografías y tiempos diferentes:
1. Cultura occidental, hace alrededor de dos mil años, Medio Oriente, un país perdido en el mapa y ocupado militarmente por el imperio romano, dividido geográficamente y fragmentado políticamente: Israel, dígase Judea y Samaria, fariseos, saduceos, zelotes, la tierra donde nació y murió “un hijo de carpintero” y de una muy joven ama de casa. Sin dinero, sin poder político, solo vivió 33 años y nunca viajó fuera de su país: Jesús de Nazaret comenzó esta andadura que ya cuenta con más de 20 siglos y más de dos mil millones de seguidores. Comenzó solo con doce hombres, sin recursos materiales, rechazando la violencia, optando por los métodos pacíficos y teniendo como valor supremo el Amor. Solo con la palabra, el ejemplo y la coherencia. Habló de la pequeñez de la semilla y de su poder y eficacia. No pretendemos abordar el contenido religioso sino solo el impacto milenario, la impronta cultural, y los valores y virtudes que han logrado imprimirse en la forma de convivir en innumerables naciones. Consideremos solo la evidencia antropológica, sociológica y cultural de una pequeña iniciativa cuyo número era doce personas, que en vida del líder se redujo primero a once por la traición de uno y luego, en el momento del sacrificio, solo quedaron tres mujeres y un apóstol. Si los cubanos aprendiéramos algo de esto…
2. Cultura oriental, siglo XX, la India milenaria, bajo el imperio británico, dividido en castas, sectas y religiones, donde nació y murió un místico, casi desnudo. Solo con la palabra, el ejemplo y la coherencia. Consideremos la impronta universal de Mahatma Gandhi, de su filosofía de vida, de sus métodos, de sus fracasos y de su perseverancia. Es hoy símbolo de la no-violencia, de la eficacia de los métodos pacíficos y pequeños. ¿Qué fue la Marcha de la Sal? Una caminata que comenzó con menos de diez personas y un líder con sandalias y el torso descubierto. ¿Cuál era su plan? Coger un poco de agua del mar, hacer una pequeña hoguera en la arena y llevarse un puñado de sal, solo lo que cabe en una mano. Puede haber una acción más pequeña y trascendental. Gandhi habló de la pequeñez y la eficacia de un puñado de sal. Y también, aparentemente, perdió la vida a manos de asesinos. Pero todo comenzó por unos cuantos, y con la humildad de lo verdaderamente grande. Si los cubanos aprendiéramos algo de esto…
3. Cultura africana, siglo XX, país dividido por el color de la piel, régimen del apartheid, un solo hombre, negro, preso, considerado, por su propio partido, primero como traidor por dialogar con el régimen blanco, luego como héroe nacional. Confinado en una Isla, incomunicado de sus compañeros, totalmente solo en una casa de visita del gobierno negoció con los representantes de los opresores. Desde el aislamiento movilizó a muchos y defraudó a otros. Ni se ofuscó ni se vendió. Solo con la palabra, el ejemplo y la coherencia. Aislado, confió en la fuerza moral de la soledad con sentido, confió en la posibilidad de una negociación entre la víctima y el victimario sin traicionar a uno solo de sus principios. Asumió la incertidumbre del fracaso y creyó en la fuerza de uno solo que ha verificado lo que vale y puede un alma con sentido y visión. Nelson Mandela es hoy símbolo de un diálogo sin empecinamientos ni complacencias. Es ejemplo de lo que se puede lograr cuando se está convencido de la fuerza de lo pequeño y de la eficacia de la semilla de la libertad y la responsabilidad. Si los cubanos aprendiéramos algo de esto…
Ya sé que cada uno de los lectores tendrá sus ejemplos, a nivel de familia, de vecindario, de escuela, de trabajo, de religión, de grupo cívico o político. Algunos recordarán un ejemplo más cercano, casi doméstico: Fray Bartolomé de las Casas frente al Rey de las Españas; el Padre Félix Varela en el Seminario San Carlos en La Habana, en las Cortes de Cádiz o en la pobreza extrema del exilio en Estados Unidos; los “doce hombres” de Carlos Manuel de Céspedes, aquel ínfimo trapiche y una pequeña campana; el pequeño grupo de la primera Constitución en Guáimaro; la soledad del Apóstol Martí, su fe en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud. Solo con el verso, la palabra, el ejemplo y la coherencia. Sin seguir la lógica de los mitos de grandeza. ¿Cuántos eran? ¿Cuántas divisiones e incomprensiones? ¿Dónde estaban o vivían? ¿Cómo un hombre pequeño de estatura física, sin más recursos que su verbo, sus convicciones y su espiritualidad, logró la única unidad verdadera y posible: la unidad en la diversidad, mediante “la fórmula del amor triunfante: con todos y para el bien de todos”? Dijo, pensó y deseó que “todos” eran todos, y no “algunos” como si fueran todos. Claro, también respetando al que desee la libertad de autoexcluirse, pero no de la exclusión por ser diferente. Si los cubanos aprendiéramos aunque fueran estos ejemplos más cercanos…
No siempre la soledad o lo pequeño es ajeno a la virtud. Como decía Martí en “La Edad de Oro” refiriéndose al Padre de las Casas: “Solo estuvo en la pelea… Los que más lo respetaban, por bravo, por justo, por astuto, por elocuente, no lo querían decir, o lo decían donde no los oyeran: porque los hombres suelen admirar al virtuoso mientras no los avergüenza con su virtud o les estorba las ganancias; pero en cuanto se les pone en su camino, bajan los ojos al verlo pasar, o dicen maldades de él, o dejan que otros las digan, o lo saludan a medio sombrero, y le van clavando la puñalada en la sombra. El hombre virtuoso debe ser fuerte de ánimo, y no tenerle miedo a la soledad, ni esperar a que los demás le ayuden, porque estará siempre solo: ¡pero con la alegría de obrar bien, que se parece al cielo de la mañana en la claridad!” (José Martí, 1889. Revista “La Edad de Oro”, Volumen III. Editorial Centro de Estudios Martianos, p. 122 y ss.).
Sin embargo, escuchamos, con demasiada fuerza y frecuencia, frases con buena intención pero que a veces nos hacen daño, desaniman, refuerzan la filosofía de la fuerza bruta, legitiman los mitos de la masificación, de la unidad uniforme, y de la ineficacia de las pequeñas iniciativas y la soledad de los verdaderos líderes. Con todo respeto oímos frases como estas: “Eso no va a cambiar nunca”, “escribiendo cartas no lo van a conseguir”, “hasta que todo el pueblo salga el mismo día y a la vez a la calle”, “con esas pequeñas iniciativas se van a desgastar”, “yo lo sabía… eso iba a fracasar”, “yo lo dije hace tiempo… el diálogo y los métodos pacíficos no lograrán nada”… y otras muchas aseveraciones que, en alguna de sus aristas, pudieran tener algo de razón pero que, al fin y al cabo, producen lo contrario: desaniman, siembran dudas, restan fuerzas, incluso, pudieran servir a los propósitos contrarios.
Comprendo que nos desanimemos. Todos somos frágiles y humanos. La mayoría queremos lo mismo: lo mejor para Cuba. En eso coincidimos.
Confiemos en los consensos de mínimos y la eficacia de lo minúsculo, que es el único músculo que tenemos todos y que perdura hasta en el cansancio. Persevera hasta ese punto exiguo en que, para servir, basta con: ser, estar y creer.
Confío en que los cubanos en la Isla y en la Diáspora, aprendamos a valorar la fuerza de lo pequeño, la eficacia de la semilla, la potencia de los métodos pacíficos, la virtud de la palabra, la diversificación de roles de la sociedad civil, el respeto por las demás iniciativas, el ánimo que nos debemos unos a otros.
Crezcamos en la convicción y la confianza en que, si en el resto de las geografías, culturas y etapas de la humanidad, la pequeña semilla repleta de vitalidad ha dado frutos de verdad, bondad y belleza y ha tenido un impacto enorme en las culturas de los pueblos, ¿por qué los cubanos y cubanas vamos a ser menos, vamos a desconfiar, vamos a seguir los mitos y falacias de lo grandilocuente, lo masivo y lo uniforme? El secreto es la fidelidad a lo que creemos y la perseverancia en lo que somos y hacemos.
Yo creo en la fuerza de lo pequeño, estoy convencido, por experiencia, en la eficacia de la semilla y de la siembra que anticipa la cosecha. Creo en el impacto de la palabra, del ejemplo y la coherencia.
Creo en el diálogo y la negociación, auténticos, que ni se atrincheran ni son complacientes, pero sí perseverantes, que evalúa cada paso y no teme a tener la iniciativa. Creo en cada pequeña “libertad de la luz” y en que no hay quien la apague ni la opaque porque lleva en sí misma la esencia de la claridad. Y me prometo, delante de Dios, que trataré que de mi mente, de mi boca, de mis gestos y de mi alma, no salga nada que aunque yo considere bueno y verdadero pueda apagar una pequeña llama pacífica, pueda desinflar un pequeño proyecto de buena voluntad, o pueda causar lo contrario de lo que quiero para Cuba. Sé que me puedo equivocar y me desanimaré, pero trataré de tragarme y ofrecer, como sacrificio en el altar de Dios y de la Patria, en soledad, lo que dañe, decepcione o desanime a mis hermanos, los cubanos y toda persona de buena voluntad en el mundo. Cuento en mi fragilidad y limitaciones, con la ayuda de Dios y de los demás.
Conozco a muchos que tienen mucha fuerza en el alma, mucha vocación para animar y mucha fe en la eficacia de los pequeños símbolos. Ellos son los buenos samaritanos que recogen, curan y alientan a los heridos del camino de la vida.
Creo que entre las utopías que nos convocan y la realidad en que vivimos, están los pequeños pasos que mantienen viva nuestra esperanza.
Es un pequeño aporte que todos nos podemos proponer aunque nos cueste mucho alcanzar. Paso a paso, ladrillo a ladrillo, latido a latido, alma a alma… hasta el fin.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.