En la vida cotidiana debemos encontrar una relación coherente entre verdad, bondad y belleza. Muchos atribuyen a Dios el carácter absoluto y trascendente de estos tres valores. Sin embargo, para la condición humana estas tres cualidades son siempre un reto, un don y una tarea que, resumiendo, consiste en: buscar la verdad, hacer la bondad y contemplar la belleza.
Quizá los amigos lectores pensarán que trataré este tema desde el punto de vista de la filosofía o la teología. Eso lo dejo a los especialistas. Solo me propongo despegarnos un poco del ruido circundante, de las perturbaciones que nos agobian a diario, del guirigay y la confusión de nuestro jaleo existencial. Con ello quisiera invitar a los que terminen de leer esta columna a parar. Hay que parar. Conviene parar ya. Y pensar que esto no puede ser la vida. Que esta no puede ser ni la esencia ni el condimento de nuestra existencia como cubanos.
Creo que deberíamos levantar la vista de las “guerritas” que enconan. Que debemos evitar las distracciones que ocultan las causas verdaderas. Que lo mejor para la nación cubana, que somos todos, es dejar de buscar enemigos reales o inventados, dejar de juzgar sin pruebas y condenar sin derecho a réplica. Dejar de desviar energías, recursos y personas, tiempo y talento, de lo que es y debería ser el centro de nuestra existencia como Nación: salir de la crisis, levantar el país, salvaguardar tanto la soberanía ciudadana como la soberanía nacional, integrándonos en el mundo que es hoy una aldea global. Sin odios, sin saña, sin exclusión ni demonización. Ganando corazones, uniendo a diferentes, juntando esfuerzos y, sobre todo, superando las desconfianzas y las viejas y nuevas “teorías de la conspiración”. Las verdaderas conspiraciones, si las hubiera, se vencen con unidad en la diversidad, “despenalizando la discrepancia”, tendiendo puentes, no pantanos entre cubanos.
En efecto, la soberanía nacional tiene como condición inevitable el respeto a la soberanía de cada miembro de la Nación, en la Isla y en la Diáspora. La nación que excluye a los diferentes se convierte en secta de unos contra otros. No se puede salir de la crisis dividiendo, descalificando, perdiendo partes del cuerpo, desintegrando la república. Hasta el más pequeño, el más débil, el más enfermo, es digno de ser incluido, respetado, invitado a participar sin imponerle, para ello como pre-condición que deje de ser él mismo, con sus diferencias, con sus aportes, con sus peculiaridades. Hay una sola exclusión legítima y necesaria: la violencia.
Se necesita una visión de país incluyente. Para los creyentes, Dios, evolución mediante, ha creado la vida sobre estas tres columnas genéticas que son comunes a toda persona: la verdad, la bondad y la belleza. Toda obra humana, que desee unir a creyentes o agnósticos, consensuando formas de pensar pacíficas y diferentes, en la diversidad y la convivencia, en un proyecto social, político, económico y cultural que aspire a que la vida de los seres humanos alcancen su plena dignidad y desarrollo, debería incluir en su ADN estas tres marcas identitarias: la verdad que nos hace libres, la bondad que nos hace hermanos, y la belleza que nos hace felices.
Me pregunto si Cuba va, ahora mismo, por este camino. Soy consciente de que todo proyecto humano es imperfecto, es incompleto, es siempre perfectible y reformable. Siempre hay que cambiar y renovar. Sin embargo, contando con estas insuficiencias y desafíos, me pregunto si en medio de los fragores de la supervivencia y de los atrincheramientos, del miedo real y de los fantasmas introyectados, no sería bueno parar ya esos “ruidos” que crispan, enconan y desunen, y centrar todo esfuerzo en buscar y crecer en la verdad, la bondad y la belleza en un país con tanto talento, corazón y creación. Y, como siempre, no me quedo en la queja. Hago estas tres propuestas:
Buscar la verdad entre todos los cubanos
Una primera propuesta sería ponernos a buscar la verdad entre todos, porque la verdad no es patrimonio de una persona, ni de un grupo, ni de un partido, ni de una forma de pensar. La verdad hay que buscarla con los demás o se nos queda mutilada.
Lo contrario de esta propuesta es contribuir a que se expanda en nuestro país aquella actitud que Jesucristo llamó “el único pecado que no tendrá perdón” (Mateo 12,32), o el pecado contra el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo: llamar bien al mal, y llamar mal al bien. Esta confusión, cuando es consciente e intencionada, no solo daña al que la comete sino que destruye el alma de la nación. Pero, mucho antes de que Jesús de Nazaret lo expresara así, ya era patrimonio de la humanidad esta distinción que marca carácter en la ley natural incrustada en la condición humana desde el principio. Así lo explica en dos líneas Aristóteles de Estagira:
“Decir de lo que es que no es, o de lo que no es que es, es lo falso; decir de lo que es que es, y de lo que no es que no es, es lo verdadero” (Aristóteles. Met., T, 7, 1011 b 26-8).
¡Qué bueno sería para Cuba que, en lugar de trincheras y confrontaciones, nos ocupáramos todos, tirios y troyanos, en buscar humildemente lo que es y lo que no es recto, verdadero y cierto en la vida de la nación! Eso sí contribuiría a levantarnos de jaleos y bandos. Lo mejor sería usar esas energías para construir un clima de inclusión, respeto, participación y búsqueda de soluciones para nuestras crisis. Pareciera como si nos ensimismáramos en lo marginal, en el goce de lo accesorio, en destacar e infectar lo que nos divide. En lugar de tomar conciencia de que en tiempos de crisis no podemos darnos el lujo de dividir, de excluir, de descalificar, de atacar, y mucho menos “decir de lo que es que no es”. Cada cubano está mirando esta pérdida de lo esencial, de lo verdadero. Cada familia, pocas o muchas, sufren este desasosiego que se une al de la supervivencia. El mundo nos está viendo. ¿Cómo ser creíbles y confiables para los demás países si ven todos los días desconfianza entre cubanos e increíbles enemistades entre nosotros? ¿Cómo exigir que los demás cambien si nosotros no cambiamos? ¿Cómo buscar la paz entre las naciones si entre nosotros no logramos comprendernos en la diferencia? ¿Por qué podemos aceptar entre los tan diversos gobiernos del mundo construir zonas de paz y tratados internacionales sin armas y, al mismo tiempo, entre cubanos no demostramos que lo sabemos y podemos lograr?
Hacer la bondad entre todos los cubanos
La segunda propuesta es que trabajemos por ser buenos y busquemos la bondad para cada cubano y para Cuba que sufre. Pero ¿qué es la bondad? Pareciera como que los cubanos hemos perdido el rumbo, la veleta y la brújula. Digo pareciera, porque me resisto a pensar que eso haya llegado hasta ahí. Creo que hay muchos más cubanos que saben lo que es bueno, que quieren ser buenos y que quieren lo mejor para Cuba. Algunos le llaman a estas actitudes: ser personas de buena voluntad.
Pero en un mundo plural y conviviente no se puede ser bueno a costa de los demás. No se puede acaparar toda la bondad considerando que los demás son malos. Eso se llama maniqueísmo. Para los antiguos maniqueos la vida en comunidad se dividía en dos: los electi y los auditores.
Los elegidos tenían toda la verdad y tenían acceso al exclusivo Reino de la Luz, mientras que los demás eran “oyentes”, estaban para aprender, debían servir y solo tenían acceso a reencarnarse en otros “oyentes”. En un mundo dividido entre totalmente buenos y totalmente malos no se puede crear convivencia sino división y fuga del mal que, por esa división se hace invencible. “Vince in bono malo” (Romanos 12,21): “Vencer el mal con el bien” es el mejor camino, método y fin.
Cuba tiene, desde sus raíces, vocación de fraternidad. Hay que educar para la buena voluntad, para actitudes dialógicas, para la hermandad, no para la lucha de clases entre cubanos. La amistad social no se construye atacando, descalificando, sino dialogando, comprendiendo, incluyendo, sobre todo al diferente. ¿Por qué cuál es el mérito o la virtud de solo respetar, dialogar y construir puentes, con los iguales marginando al diferente y discrepante?
Contemplar y disfrutar de la belleza entre todos los cubanos
La tercera propuesta es ejercitarnos en la búsqueda, la contemplación y el disfrute de todo lo bello, bueno y verdadero que hay en cada cubano, que hay en cada proyecto pacífico y creativo, que hay en la naturaleza, según la biodiversidad y en las obras de arte, según la pluralidad de escuelas y expresiones.
No hemos venido a este mundo para sufrir por gusto. Ni para destacar lo feo que hay en las personas y en el mundo. Todo ser humano está llamado a la felicidad, a toda la felicidad que sea posible en este mundo sin hacer daño, sin egoísmos, sin vivir en la mentira, ejercitando la buena voluntad, construyendo una República en la fraternidad. No se puede alcanzar toda la felicidad en esta tierra pero menos se alcanza viviendo en la mentira y en la mala voluntad.
Mirar lo feo u ocultar la belleza es un desperdicio de humanidad y de felicidad. La belleza regalada por el Creador o la creada por los seres humanos, son señales, símbolos y realidades de la felicidad, la bondad y la verdad que dignifican a la condición humana. La familia, la escuela, la Iglesia, la sociedad civil, los Medios de Comunicación, las redes sociales y el Estado, debemos educar para vivir en la verdad, formar para ejercitar la buena voluntad y abrir los sentidos y los horizontes para aprender a buscar, contemplar y disfrutar la Belleza, fuente de felicidad. No se trata de un mundo idílico, se trata de una tarea humanizadora. No nos desanimemos ni nos quedemos en la queja de la oscuridad reinante. Recuerdo, una vez más, a Rabindranath Tagore que nos dice:
“Si de noche lloras por el sol, no podrás ver las estrellas”.
Pero no nos conformemos con la noche y las estrellas. Siempre amanece y debemos estar preparados para ver el sol de la libertad, de la fraternidad y del amor sin encandilarnos ni anhelar el regreso de esta noche.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
*Publicado originalmente en Convivencia.