Luisma, ¿el superhéroe?

Luis Manuel Otero, como todo visionario, solo nos ha mostrado el futuro. No es un superhéroe. No puede solo con el peso de un Estado totalitario y la inmovilidad de un país entero
 

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La ausencia del artista disidente Luis Manuel Otero Alcántara se cierne sobre Cuba como una gravedad adicional. Como un dolor que se respira, incluso cuando no se expresa con palabras.

Desaparecido de su casa, del barrio de San Isidro en la Habana Vieja, de la vista de sus vecinos, del abrazo y alivio de sus amigos, se lo tragó la Seguridad del Estado el domingo 2 de mayo, se cree que entre las 4 y las 6 de la madrugada, el horario que coincide con la etapa de sueño más profundo. A esas horas operan los delincuentes, entrenados en aprovechar las fisuras de la conciencia humana.

Pero él no dormía, se sabe por un mensaje que envió desde el celular a su tío: “ya vienen por mí, me llevan”.

Me aterra imaginarlo tan solo, extenuado, deshidratado por 6 días sin comer ni beber agua, mientras en un acto de ilegalidad extrema, personas extrañas rompen la puerta de su hogar y lo sacan, según el testimonio de alguien, solo cubierto con unos calzoncillos y envuelto en la bandera cubana. Ninguno de sus seres queridos lo vio, la cuadra estaba bajo férrea vigilancia, sus propios vecinos con empleos estatales habían sido coaccionados para asecharlo como a un criminal.

Las últimas imágenes que transmitió él mismo a través de una directa en Facebook, antes de que le cortaran el acceso a internet, encerrándolo en un doble círculo de ostracismo, mostraban un rostro ya cansado. Se le había esfumado la sonrisa y la chispa peculiar de su mirada.

Esta no fue una huelga como la de noviembre del 2020, compartida por sus seguidores en las redes, por los acuartelados que fueron secundando su ayuno en solidaridad con la justa demanda: la liberación de Denis Solís, rapero procesado y condenado a 8 meses de prisión en un juicio sin garantías legales, pero, más que nada, la exigencia por una vida mínimamente digna para todos los cubanos.

Sin embargo, cuánto entienden de dignidad esas multitudes que salen a la calle, día tras día, a enfrentar el desabastecimiento y enormes colas, para garantizar en sus casas la comida en la mesa, la higiene básica, la esperanza elemental que permite mantener un cuerpo funcionando. Ese funcionamiento al que ya había renunciado Luisma en su gesto kamikaze de lanzarse al vacío; de torturar el cuerpo una vez más como única ofrenda disponible para la salvación propia y colectiva, confiando en que la libertad o la muerte son las únicas alternativas.

Pero lo que sobrevino fue el secuestro, la difamación mediática, (mucho más vil en medio de su larga ausencia), el aislamiento total y afuera, la controversia, las dudas, la implacabilidad de los juicios y la frivolidad de la historia.

Los partes médicos emitidos, llenos de absurdos y contradicciones, junto a videos manipulados donde aparece un Luisma tan pasivo que resulta irreconocible, intentan burdamente tranquilizar sobre su estado de salud y destruir su simbolismo como líder.

Al mismo tiempo y paradójicamente, como si se tratara de un superhéroe, del hombre que puede perturbar la desidia de un pueblo y romper el hipnotismo de seis décadas, se ha desplegado un apabullante operativo militar en el hospital Calixto García, donde se le retiene, dicen que esposado a una cama, dicen que frente a una cámara y guardias que no lo pierden de vista, dicen que alimentado a la fuerza y recibiendo antidepresivos para una tristeza que solo se cura como, la del gorrión, sacándolo de la jaula.

Los amigos o conocidos que intentaron llegar a él, fueron arrestados y encarcelados. Nadie que le conozca bien, que le quiera bien, puede dar fe de su actual estado físico y mental.

Se ha desatado un performance de terror para paralizar todo intento de apoyo, y se trabaja para extender la discordia en las redes, con información confusa, con un ejército de usuarios que, desde perfiles falsos, lo desacreditan como artista y como ser humano, procurando generar el cansancio y el olvido.

Sus detractores le atribuyen una responsabilidad política que él no encarna, ni pide, le impugnan que no hayan fructificado sus reclamos civiles, apoyados con actos de autoinmolación, como si él pudiera hacer algo más que intentar, (con una desesperación descarnada para la que se requiere un valor descomunal), vivir de acuerdo a su visión de una Cuba donde disentir no es delito, donde la policía protege y no reprime, donde el arte es libre.

Un país que aún no existe, es verdad, pero precisamente por la insolidaridad práctica de los miles que lo siguen en las redes, de quienes lo saludan en la calle, de los millones que comparten en secreto ese sueño, pero se conforman con replegarlo a la fuerza dentro de su mente, (el espacio más seguro que tienen), mientras se justifican diciendo: “Aquí nada va a cambiar, aquí lo que hay es que irse”.

Luis Manuel, como todo visionario, solo nos ha mostrado el futuro. No es un superhéroe. No puede solo con el peso de un Estado y la inmovilidad de un país entero. Es inmaduro, soberbio, imperfecto. Tal vez no supo calcular el momento estratégico de dejarse morir porque no podía más con ese círculo de barrotes (una cámara fija frente a su puerta, patrullas en su cuadra, su casa allanada, sus obras confiscadas), ese círculo de opresión cada vez más violento donde no pidió vivir.

No previó este largo secuestro ni la frívola volubilidad del mundo. No previó los pavorosos abismos del egoísmo humano. Porque solo es un joven de 33 años, que vive a la altura de su propia dignidad.

A nosotros nos toca defender la luz que él representa porque, con toda certeza, si su estrella se extingue sobre el cielo de esta isla que tanto ha defendido con su arte y con su cuerpo, Cuba se volverá un lugar más irrespirable todavía.

Escrito por Verónica Vega

Verónica Vega, nació el 22 de diciembre de 1965, en La Habana.
Escritora autodidacta, comenzó colaborando con el proyecto cultural Esquife y otras revistas de la Isla. También trabajó como guionista en el programa infantil de Radio Metropolitana. Su primera novela, Aquí lo que hay es que irse, fue publicada en 2010 en París, por la editorial Bourgois, como Partir, un point c'est tout y por ella fue invitada al festival Belles Latinas 2011, en la ciudad de Lyon. Aquí lo que hay es que irse se publicó en español en 2019, por la editorial Neo Club. En esta ciudad y en ese año también presentó su segunda novela, El Arte de Respirar, publicada por Ediciones Hypermedia.
Ha colaborado con Diario de Cuba, Cubanet, Identidades, Árbol Invertido y tiene un diario en el sitio digital Havana Times.

 

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