No hay termómetros para medir la Fe; sin importar cuál religión se practique, es un camino largo y solitario. La iniciación en la Ocha y luego en Ifá del babalawo Raufe Rafael Montalván, omó Obbatalá awó Orunmila Oggunda-Shé, comenzó en 1983 cuando apenas tenía 4 años de edad. Su familia religiosa es una de las más viejas de la Isla y asegura de que es tataranieto de Bernardo Rojas, uno de los fundadores del ifismo en Cuba.
Sus cuestionamientos sobre la religión pasan por el enriquecimiento de algunos con la venta de animales, por la práctica individual de ceremonias que una vez fueron colectivas, y entre otras vivencias, por su recuerdo de niño de haber degollado a un chivo mamón, como parte de un ebbó.
La “evolución” de la que habla es un mejunje de pensamientos e intelectualización de lo que empezó por una experiencia religiosa.
“Fui a meditar a Pinar del Río con gente que aprecio mucho y me perdí en el monte”— cuenta el babalawo— “y en medio de aquello empecé a sentir aromas y sonidos raros y me encuentro un lugar con dos palmas gemelas, entre ellas vi un rayo, y de repente escucho la voz de una mujer vieja que me decía ‘limpia tu cuchillo’, y lo hice”. Luego “acarició el filo de su cuchillo” en las aguas del río que tenía cerca y desde entonces se ha dedicado a promover que no se sacrifiquen animales tanto en la Ocha como en las ceremonias de Ifá.
Las iniciaciones sin sacrificio animal tienen más detractores que seguidores, pero Montalván no hace mucho caso a las críticas porque para un practicante es importante la acción divina y él, según relata, la encontró en ese mandato.
Pero la “transformación” no es tan sencilla como la anécdota. El sacrificio animal en la religión afrocubana no es gratuito, por lo que Montalván no ha podido ser tan radical como hubiese querido. Como padrino, en el momento del cambio, ya había establecido un compromiso con sus ahijados, y no a todos les pareció bien ofrecer a sus piedras jugos de frutas en vez de sangre.
Quizás la clave para entender a Oggunada-Shé y a sus seguidores, radique en saber que, para los practicantes de esta religión, son los mismos orishas los que autorizan lo que para otros es un disparate. Antes de cada ceremonia se pregunta si el oricha desea o no el sacrificio animal, y en el caso de Montalván y sus ahijados, seguidores de esta nueva vertiente, los orichas siempre dicen que no al sacrificio.
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Puede que la clave para que los demás iyalochas y babalochas cubanos entiendan a esta nueva variante, es que no simplifiquen a la iniciación como el único ritual yoruba que requiere de sangre, y comiencen a hablar más de sacrificio indiscriminado con el que muchos creyentes no comulgan.
“No todo se tiene que resolver con la matanza de un animal, pero la gente no siempre cree que con un vaso de agua se resuelven algunos problemas”, dice una de las iyalochas consultadas; y un Obbá con 28 años de iniciación agrega: “todo el mundo cree que su problema es el más grande y por eso piden una solución igual de grande sino, no te respetan”, lo que demuestra que el fenómeno, la evolución y la diversidad de la religión afrocubana tiene tantas complejidades como la sociedad cubana misma.
A toda esta filosofía se suma la perspectiva ambientalista aun cuando, tanto el mayombe, la ocha e Ifá, tengan como principio ético la comunión con la naturaleza; sin embargo, la evolución que propone el babalawo puede traducirse en menos cabezas de puercos, menos pollos, menos ofrendas en las esquinas, porque el respeto a las creencias de otros y la limpieza de las ciudades también deben entenderse como parte del cuidado del medio ambiente.
De las religiones de origen africano en Cuba muchos se sienten con la autoridad para juzgar, incluso los que no son iniciados, los que apenas saben de su historia. Raufe Montalván awó orunmila Oggunda-Shé parece saber lo que quiere porque lo ha estudiado, lo practica y no ha perdido algunos puntos esenciales con las prácticas de sus ancestros. Solo por eso quizás valga la pena escucharlo.