En todos los barrios de Cuba hay personajes emblemáticos; en el bajo de Santa Ana es Pepe Macario, que vino de Las Tunas cuando la zafra del 70 y escogió para vivir los humedales del oeste de Santa Fe.
“Fue una batalla larga con las autoridades; querían sacarme de aquí. Venían con un buldócer y me tumbaban el “llega y pon”. Yo lo levantaba otra vez por la tarde, hasta que me dejaron por incorregible cuando ayudado por mi primo, que manejaba un camión de servicios comunales, rellenamos parte de la laguna con toneladas de escombros. Hice un cayo; construí una casa. Fui a juicio, acusado por la dirección de la vivienda, pero al final reconocieron que era una parte de la laguna rescatada con medios propios y me dieron la propiedad”.
“Está muy cerca del mar, lo que hace al barrio agradable. A mí alrededor comenzaron a asentarse familias, que venían de oriente, yo era como el censor. Criaba puercos, prestaba dinero con interés, los instruía en las leyes de La Habana. Ya puedo hacer pública mis historias; algunas son absurdas, otras tienen incidencia en la mística que adquirió después el bajo de Santa Ana”.
Pepe sufrió recientemente un accidente cerebral, que le dejó inerte la parte izquierda del cuerpo. “No quiere darse fisioterapia. Él siempre fue así, un cabeza de hacha”, se queja su esposa Nilda, que lo cuida.
También Pepe en Las Tunas fue líder. Una vez salió de su casa a llevar una puerca a preñar y por el camino se encontró con su compadre Elpidio, que acababa de escaparse con la prima de su mujer y querían caminar el mundo.
“Iba con ellos su hermana, que me invitó a seguirlos. Vendí la puerca por el camino y nos fuimos bien lejos, a Rinconcito, donde vivimos seis meses. Yo jugaba tri par y Elpidio cuidaba bicicletas en el estadio, después nos aburrimos, cada uno cogió por su lado”. Pepe regresó a su casa. La mujer lo esperaba en el mismo sillón donde lo despidió seis meses atrás. Le preguntó: “¿dónde has estado todo este tiempo, Pepe?” Y con la parsimonia que lo caracteriza, le contestó: “caminado mundo”.
Pepe se hizo famoso en el bajo de Santa Ana la vez que dio el “paletazo” a la bolita, que obligó a los banqueros de Santa Fe a pedir dinero prestado. Con el premio consiguió arreglar su casa y amueblarla. Surtió la despensa y compraron ropas y vituallas. Su inteligencia natural lo indujo a guardar dinero para época de crisis. Envolvió en un nylon varios paquetes de billetes y los ocultó en el caballete del techo.
“Cuando arreció el periodo especial tuve que echar mano al ‘clave’. Subí al caballete y me topé que la plata no estaba. Vi el rastro que habían dejado los ratones. Estuve muchos días vigilando sus movimientos, hasta que di con su guarida principal, en la loma del tanque. Cavé con un pico y salieron cientos de ratones saltando, algunos con billetes de 100 entre las fauces. Logré recuperar solo unos miles”.
Pero sin duda su victoria sobre la operación “Coraza”, es la anécdota que más lo llena de orgullo.
“Una madrugada varios autos de policía, un carro jaula y una ambulancia cercaron mi casa. ¡Un circo! Varios policías subieron al techo y se tiraron con sogas en el patio, me sacaron de la casa cargado como un saco, hasta el carro jaula. Me tuvieron preso dos meses en 100 y Aldabó, en una celda tapiada”.
“No me arrancaron una palabra. Además, ¿qué iba a decirles? Hacía tiempo que no estaba en nada. Cuando me soltaron, un teniente coronel me dijo que me liberaba porque no tenían pruebas que me incriminaran, pero me seguirían cada paso. No me explico qué vieron en mí, ni sé qué buscaban. Antes de irme les pedí que por favor me explicaran porque tanto aparataje contra un viejo enfermo. Me pusieron una multa por preguntar”.