Baruj Salinas no ha querido regresar a La Habana, de donde salió hacia los Estados Unidos en 1959, para “no ver su destrucción”. Tiene sentido, porque la obra del pintor de 87 años es el reverso del agujero negro que ha significado el castrismo para gran parte de la cultura cubana.
El artista cubanoamericano crea mundos en continua expansión, vibrantes, como podrá apreciar el público que asista a la muestra retrospectiva abierta hasta el próximo 14 de agosto en el Museo Americano de la Diáspora Cubana, ubicado en el 1200 de Coral Way, Miami. Baruj Salinas (1972-2022) es una exposición organizada por el Museum of Art and Design (MOAD) del Miami Dade College, que recorre 50 años de su obra, con piezas de pintura, dibujo en papel y cerámicas.
“Desde pequeño me atrajo la pintura. Me encantaba ver a mi madre pintando, de vez en cuando ella me permitía coger los pinceles y poner un poco de color en alguna flor del cuadro, o lo que fuese. Me fascinaba”, dice el artista a ADN Cuba.
Comenzó dibujando mucho. Copiaba todos los “muñequitos” de los diarios de la época. “Llené libreta tras libreta de dibujos”, recuerda. Más tarde pintó escenas callejeras, de mercados, pescadores, heladeros, los vendedores de viandas, muchachitos que en los autobuses vendían billetes de lotería… Estampas de una Habana que ya no existe.
En 1959, Salinas partió definitivamente del país donde nació, tras una breve estancia en La Habana luego de estudiar Arquitectura en la Kent State University, de Ohio. “Yo estaba viendo todo el proceso político de la isla, lo que estaba sucediendo y realmente no estaba convencido. Toda mi familia era revolucionaria. Yo era un escéptico”, asegura.
La detención del comandante del Ejército Rebelde Hubert Matos impactó al joven artista y precipitó su decisión de emigrar. “Me pareció injusto, pero así funcionaba el movimiento revolucionario en Cuba. No me agradó ver el proceso que estaba siguiendo la revolución; me aparté y en septiembre de 1959 decidí venir para los Estados Unidos”.
Se fue a San Antonio, Texas, a trabajar en su profesión de arquitecto. Después de dos años, regresó a Miami. Para entonces, la parte de su familia que se había quedado en La Habana ya estaba desencantada de Fidel Castro y también se exilió en 1961.
Naves, vuelos espaciales y colores
Salinas se interesó por las corrientes artísticas de Nueva York. “El movimiento abstracto expresionista me llamó muchísimo la atención, me pareció que era una vía de libertad en la expresión artística”, explica a esta revista.
El alunizaje de la nave Apolo 11 en 1969 provocó que el joven Baruj comenzara a estudiar temas de astronomía. El científico Fred Hoyle y los escritores Isaac Asimov y Arthur C. Clarke se convirtieron en autores influyentes para el artista, que pasó “de las máquinas, de las cápsulas, al espacio exterior. Para mí lo importante era poder pintar libremente”.
Por aquellos años, Salinas ganó sendas becas de la Fundación Cintas en 1969 y 1970, que le servirían de apoyo para cumplir su sueño de viajar a Europa, pintar y exponer en el viejo continente.
“Con el tiempo aprendí mucho sobre el blanco. En Cuba uno compite con el sol, y entonces el color, naturalmente, tiene que ser fuerte. Yo utilizaba mucho la paleta fuerte de colores, pero al llegar a Barcelona mi visión cambió por completo. Allí los edificios casi todos son grises, la luz no es tan fuerte como la del trópico. Todo eso influyó en mí”.
Baruj Salinas desarrollaría un peculiar “abstraccionismo cosmogónico”, que, al decir de la curadora de la muestra, Adriana Herrera, “ha dejado una estela propia en la historia del arte hispanoamericano y caribeño”.
“En sus paisajes abstractos recrea sin cesar la formación del universo con una visión que conjuga la continua transformación de sus elementos y el rastro de antiguos alfabetos o de grafemas de una lengua imaginaria”, escribió Herrera en un artículo de Diario de Cuba.
“Se puede ver en la exposición que mi obra tiene que ver con temas específicos, porque la literatura me encanta. He sido amigo de poetas y escritores. La palabra para mí es motivo de inspiración”, explica Salinas a ADN Cuba.
Por ejemplo, en la muestra abierta en Miami por estos días, se incluyen varios cuadros basados en Claros del Bosque, un libro de quien fue su gran amiga, la filósofa española María Zambrano.
El ganador del Premio Amelia Peláez 2021, también se inspira en la música. Prefiere pintar con música clásica y asume las influencias de “la escuela abstraccionista de Nueva York, que es una pintura de acción, de movimiento”.
Otro elemento que reconoce como “vital” en su obra es la luz. Quizás por eso Cuba reverbera en la pintura de Baruj, aunque su pincel se desplace por el cosmos. Hace más de 30 años comenzó a pintar la serie “Penca de palma triste”, por “todo lo que ha pasado en nuestro país. Era una manera mía de recordar y expresar mis sentimientos respecto a lo que ha estado sucediendo en Cuba”.
A pesar de que la mayoría de su vida y su carrera transcurrió fuera de su patria original, Salinas se siente parte del tejido cultural de la nación caribeña. “Es increíble que una isla tan pequeña haya dado tantos artistas al mundo, y yo estoy contento de formar parte de ese grupo”, dice.
Para el artista “una pintura no está acabada hasta que no tiene un observador que cierre el ciclo de la creación”. El objetivo esencial que persigue con su obra es nada menos que lograr una representación de “la belleza”.
“Pinto primeramente para mí, y el ciclo se cierra cuando observan mi obra. Me gustaría que esa persona que mira el cuadro sienta el mismo placer que yo cuando lo pinto”.
Entrevista audiovisual: Nitsy Grau