Cuba tiene por primera vez en 43 años un Presidente de la República. La elección la llevaron a cabo 580 delegados de la Asamblea Nacional, que votaron durante una sesión extraordinaria en el Palacio de Convenciones de La Habana.
Aunque nunca se hicieron públicos los candidatos, todos los cubanos sabemos que Miguel Díaz-Canel iba a ser el Presidente, pues fue el designado antes por Raúl Castro y “elegido de forma unánime” el pasado 19 de abril de 2018 para dirigir el Consejo de Estado y de Ministros.
Tan burdo fue ese proceso en aquel entonces que los cubanos apenas conocían de la vida y obra del nuevo gobernante y, para atenuar la situación, Raúl lo bautizó en su discurso como el sobreviviente de su generación, el único que no “explotó” y asintió y cumplió siempre las labores orientadas.
El sistema político instaurado en Cuba así lo permite, dado que impide el voto directo ciudadano para elegir el Presidente. Ello se evidenció nuevamente durante las Consultas Populares previas al referéndum de la nueva Constitución entrada en vigor el pasado 10 de abril, que tuvo entre las propuestas más votadas por el pueblo la elección directa, pero fue obviada.
De modo que en los periodos electivos los ciudadanos solo pueden designar al diputado que los representa en sus divisiones territoriales y luego es la Asamblea el organismo que aprueba los candidatos designados por las altas esferas del Partido Comunista para ocupar los cargos de dirección del país, a partir del sometimiento ideológico que impera en el país.
Este fenómeno echa por tierra los preceptos defendidos por los dirigentes en sus apoteósicos discursos de que el pueblo es quien gobierna, pues su voz es maquiavélicamente soslayada si tenemos en cuenta que la Asamblea Nacional del Poder Popular está compuesta en parte por delegados seleccionados desde la base, y otra parte por delegados escogidos por el Partido Comunista.
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Este sistema garantiza la primacía del criterio orientado desde la máxima autoridad del Partido únicamente, dado que esta última porción, amplia en sí misma, siempre respalda la opinión y los intereses del poder político. Entonces, para hacer valer una ley o decreto solo se necesita persuadir o coaccionar algunos diputados elegidos por el pueblo para rebasar el 50 % o las dos terceras partes, según sea necesario.
Cuesta trabajo entender que de un grupo de diputados y en un país con 12 millones de habitantes, solo uno esté capacitado para gobernar. Eso hace pensar –algo prohibido en estos tiempos...- qué pasará con Cuba si muere el Presidente, dado que aparentemente es el único apto para dirigir. ¿Será una debacle entonces?
Las directrices impuestas así lo condicionan para mantener el poder en manos de pocos, que lo rotan y conceden a conveniencia. Ese mecanismo implementado desde la llegada de Fidel Castro al poder, que evidenció su efectividad durante la propaganda del "voto unido" ideada por él y repetida hasta el cansancio por los medios de comunicación oficialistas para depositar el mandato de Cuba en manos de su hermano Raúl, hoy se hace vigente pero de forma solapada.
Tal es así que de los 490 diputados elegibles para ejercer la presidencia entre todos los que que conforman la Asamblea -53 tienen menos de 35 años de edad y 56 exceden los 60- solo resaltó en esas boletas el candidato orientado por el Partido Comunista: Díaz-Canel.
De acuerdo con lo instituido y refrendado, supuestamente, por el 86,8% de los votos en la Carta Magna -capítulo I, artículo 5-, el Partido Comunista de Cuba “…es la fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado. Organiza y orienta los esfuerzos comunes en la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista”.
Así queda plasmado en teoría, pero en la práctica no orienta, dispone; no organiza, obstruye, y sirve de hábitat a muchos oportunistas que pretenden escalar dentro de las estructuras de dirección.
Su actual Primer Secretario, Raúl Castro, es quien maneja los hilos del Gobierno desde las sombras. Por ello, Díaz-Canel juega desde este jueves a ser Presidente de la República bajo la constante mirada de Raúl, y solo podrá tomar sus propias decisiones y hacer cambios verdaderamente revolucionarios en el país si finalmente lo sucede en el cargo en las elecciones del Partido en 2021.
Hasta entonces, será lo mismo que Esteban Lazo en la Asamblea Nacional: un monigote.