En medio de la crisis presidencial venezolana del 2019, Estados Unidos dejó claro que no reconocería al régimen de Nicolás Maduro como gobierno legítimo. A 62 años de que los Castro tomaran a la fuerza el control del país donde nací, cometieran transgresiones sistemáticas de los derechos humanos y proscribieran las elecciones multipartidistas, Estados Unidos debería hacer lo mismo con Cuba.
Las manifestaciones masivas que en julio sacudieron al régimen comunista de Cuba y captaron la atención del mundo, no son un evento fortuito. Son el resultado de décadas de opresión del pueblo cubano por un gobierno ilegítimo que nunca fue elegido, sino que tomó el poder y se mantuvo mediante la violencia y el terror.
Desde sus inicios, es notoria la manera en que el régimen utiliza la propaganda para presentar al mundo la idea falsa de que es el gobierno del pueblo, cuando la realidad es todo lo contrario.
A su llegada al poder en 1959, Fidel Castro prometió elecciones democráticas antes de 18 meses, algo que no cumplió. Tras 62 años de gobierno autoritario, el pueblo cubano está harto y finalmente se lo hizo saber al régimen y al mundo.
Lo que sucede en Cuba hoy es un auténtico evento de la historia mundial. Podría significar el fin del régimen comunista y el comienzo de una Cuba verdaderamente libre. Podría ser el equivalente al Movimiento Solidaridad polaco o nuestro momento de perestroika. O podría tomarse por la “Revolución Verde” de Cuba, una curiosa nota a pie de página en una vasta historia de opresión.
El resultado depende en gran parte de en qué medida y con cuánta decisión los pueblos libres del mundo, incluido Estados Unidos, apoyen la libertad del cubano. Aunque son muchas las cosas que la Casa Blanca puede hacer, un primer paso es dejar claro al mundo que no reconoce al régimen comunista como gobierno legítimo y que, en cambio, lo responsabiliza por su larga historia de opresión brutal.
Deslegitimar el estatus del régimen tendría un notable impacto en la capacidad del castrismo de mantener la falacia del apoyo popular, cuando la verdad es que hace 62 años abolió la soberanía popular a golpe de persecución y propaganda.
Si algo hemos aprendido de unas manifestaciones que abarcaron a toda la isla es que los cubanos desean que termine la dictadura comunista, que piden democracia, o como le escuchamos gritar en las calles el 11 de julio: “¡Libertad!”
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El resultado de un paso como el que proponemos sería significativo, al cambiar la forma en que Estados Unidos trata con Cuba, algo que podría provocar un efecto dominó en otros países que decidan aumentar la presión para conseguir que el régimen comunista finalmente renuncie al poder.
Aunque es imposible saberlo con certeza, la historia sugiere que si las administraciones norteamericanas previas hubieran sido más activas en su apoyo a los pueblos de Irán y Venezuela, los levantamientos contra los regímenes autoritarios de esos países no hubieran sido reprimidos tan fácilmente, y ambas naciones estarían en situaciones muy diferentes a las de hoy.
Sin duda, para que el canto del cisne de la URSS ocurriera, los presidentes Ronald Reagan y George H.W. Bush tuvieron que brindar un apoyo claro, firme y constante al pueblo soviético que quería libertad. Ambas administraciones apoyaron sin equívocos a Lech Wałęsa y el Movimiento Solidaridad en Polonia, respaldaron a Václav Havel en Checoslovaquia y apoyaron a los reformadores pro-democracia en la propia Rusia soviética.
En última instancia, la combinación de presión interna y externa fue suficiente para que terminara la Unión Soviética y llegara la libertad a millones de personas. Tras la muerte de Reagan, Wałęsa escribió lo siguiente: “Cuando hablo de Ronald Reagan, tengo que hacerlo en un tono personal. Porque en Polonia tomamos a Reagan personalmente. ¿Por qué? Porque le debemos nuestra libertad”.
La lección es clara. Al apoyar los principios de la redención, Reagan pudo estimular y mantener viva la pasión por la libertad allí donde estaba siendo reprimida. Desafortunadamente, en nuestra historia reciente, Estados Unidos no tuvo una actitud consecuente en defensa de los pueblos oprimidos de Irán y Venezuela.
La principal distinción entre los dos levantamientos es que, en el 2019, Estados Unidos envió un mensaje claro al mundo y al pueblo venezolano cuando anunció que no reconocía a Nicolás Maduro como el presidente legítimo de Venezuela. Fue un posicionamiento moral que declaraba de qué lado Estados Unidos, como líder del mundo libre, creía que estaba el bien y de qué lado el mal.
Hay momentos en la historia en los que el mundo libre está llamado a unirse y defender los derechos humanos y la democracia, a ponerse de acuerdo en la defensa de lo que es correcto. Este es uno de esos momentos.
El presidente Biden tiene razón en decir que Cuba es un “estado fallido”, pero se podría ir más lejos si, después de más de medio siglo de tiranía, Estados Unidos acepta como su obligación moral no reconocer a la dictadura cubana como un gobierno legítimo.
Una versión del texto se publicó originalmente en inglés, en el diario SunSentinel
Portada: Fotomontaje tomado de Diario Libre