Algo importante para poder discernir la realidad de lo que estamos viviendo en Cuba es la relación mutua entre verdad y autoridad. Es necesario también analizar la relación que existe entre la mentira y la falta de legitimidad de los que la dicen. Aún más, es indispensable buscar la relación entre verdad, autoridad, legitimidad y confianza. Una sociedad en descomposición sistémica es aquella en que estas cuatro realidades comienzan a escasear en la familia, en la escuela, en el trabajo, en la Iglesia, en los grupos de la sociedad civil y en las estructuras del Estado.
La búsqueda de la verdad es el gran desafío de todo el género humano. Nadie tiene la verdad absoluta. Dios es la Verdad porque trasciende las limitaciones de nuestra naturaleza humana. Reconocer a Dios en la fórmula de la Patria y de la Vida, como ha dicho el artista cubano Yotuel Romero, nos hace más fuertes. Aún más cuando sabemos que, en la matriz que dio a luz a la cultura y la nacionalidad cubanas, ha estado Dios de la mano y en el corazón de nuestros padres fundadores.
Ahora bien, este reconocimiento del único Absoluto, no solo nos hace más fuertes, sino que nos ayuda a desmitificar a los falsos dioses de esta tierra y a deconstruir la iconografía de unas estructuras absolutizadas, deificadas, que se presentan como depositarios de la Verdad absoluta e incambiable. Digámoslo claramente: No hay en esta tierra ninguna institución, gobierno, sistema, modelo o grupo de personas, que sea inamovible, que sea el único legítimo, que sea el incambiable, que sea un Absoluto como si fuera un Dios. Todo cambia y todo puede ser cambiado.
Verdad y autoridad
Consagrar un modelo de economía, un partido político, una forma de gobierno o una ideología, como única forma de alcanzar la verdad absoluta y la felicidad humana, no solo es falso, sino que es imposible de sostener. Tarde o temprano, por una vía o por la otra, la vida, la realidad, la verdad y el ansia de libertad y felicidad, cambiarán todo lo que no funciona, lo decadente, lo que está agotado. Los falsos dioses no tienen vida eterna. Creer en un solo Dios no es solo una actitud religiosa, es también una posición política. Si crees en uno solo, no puedes adorar a ninguno de los demás que son falsos dioses. Cuando una ideología se convierte en una religión secular tenida por verdad incambiable y absoluta, los que reconocemos a un solo Dios comenzamos a tener problemas o nos convertiremos en idólatras de falsos dioses. Relativizar y humanizar las realidades terrenas es otra forma de ser religioso, es la demostración cívica de nuestra fe en un solo Dios verdadero y eterno.
En la base de todas las demás mentiras se ha colocado esta de convertir en absoluto lo que es relativo, considerar perenne lo que tiene fecha de caducidad, declarar irreformable lo que debe cambiar para dar paso a algo totalmente nuevo y mejor. Nada en este mundo es para siempre, ni siquiera la vida terrenal. Ahora bien, si en la base de la convivencia de una nación subyace como la piedra angular de ese pacto social un principio que no es verdad, todo el edificio se tambalea por falta de cimientos. Es como tener un enorme agujero en la línea de flotación de un barco. Tarde o temprano se hundirá, si antes no reconocemos dónde está el boquete, sacamos el barco al astillero y le hacemos un nuevo casco en el que quepamos todos y nos permita navegar hacia la libertad, la responsabilidad y la prosperidad. Negar que hay un boquete en el viejo casco es peor aún. Ponerse a justificar que el boquete no ha sido producido por la tripulación sino por un barco enemigo tampoco taponará la entrada de agua. Ponerle parches a la grieta es engañarse uno mismo y gastar tiempo y energía que se deben utilizar para sacar, entre todos, el barco fuera del agua y comenzar a reconstruirlo en paz.
Lo mismo pasa con las naciones, con sus pactos sociales, con sus sistemas, cuando hacen agua no hay que perder tiempo en experimentos y promesas porque el costo será muy alto o será impagable. Correr el riesgo de someter a toda la tripulación de una nación al naufragio por negar los errores, por imponer una sola ideología, o por achacar a otros lo que es responsabilidad nuestra y debemos resolver entre cubanos, puede llegar a tener un costo tal alto como sufrimientos, cárceles y vidas humanas.
Vivir en la mentira es diferente a decir una u otra mentira. Vivir en la mentira deslegitima a la autoridad y crea desconfianza entre los ciudadanos. En el Derecho Romano una cosa es la auctoritas y otra las potestas. Deberíamos aprenderlo todos los cubanos. Veamos en síntesis la diferencia:
“Los vocablos auctoritas y potestas, provienen del Derecho Romano y constituyeron la piedra angular sobre la que se asentaba el funcionamiento de la civitas (es decir de la ciudad entonces, hoy de la nación). La transmisión y proyección hacia el porvenir de este aspecto de la tradición romana dará lugar a la conformación de una serie de hábitos de diversa índole denominados mores maiorum. Con el término mores maiorum se designan las costumbres de los antepasados, que los romanos consideraban la fuente de todo derecho público. Tradición en la que la potestas se define como una fuerza que emana de la legitimidad otorgada por la sociedad civil y la auctoritas como la distinción de determinadas personas basada en una serie de características morales e intelectuales que las destacan del resto (Morales Fabero, J. (2020). “Los conceptos de auctoritas y potestas durante la época moderna”. Bajo Palabra, (24), 337–358.
Teniendo en cuenta esta definición podemos reconocer la auctoritas como autoridad moral que depende de la calidad moral de las personas, familias, gobiernos y sistemas. Además de ser respetados por su trayectoria moral los servidores públicos deben seguir y defender unos estándares de derechos humanos, de justicia y de bondad reconocidos universalmente. Destaquemos que deben ser estándares de derechos humanos y justicia reconocidos por toda la comunidad internacional. Aquí se ve más clara la relación mutua entre la verdad y la autoridad. Quién miente pierde autoridad moral, se deslegitima ante los hijos si es en la familia; lo pierde ante los alumnos si es en la escuela; ante los feligreses si es en la Iglesia y ante los ciudadanos si es en el gobierno o en las instituciones del Estado. Mientras más se mienta menos autoridad moral se tiene.
Cuando se miente sistemáticamente de tal modo que, para mantener la potestas, es decir, el poder por la fuerza, y esa fuerza surge de la mentira y no “emana de la legitimidad otorgada por la sociedad civil”, entonces solo queda la fuerza bruta, la represión física, moral, espiritual; solo crece la espiral de la mentira que se despeña siempre al abismo de la pérdida definitiva de la legitimidad ante el soberano que es el pueblo. Verdad y autoridad moral van juntas, y son los progenitores de la legitimidad, moral y cívica, que es la única en la era moderna. La verdad es la línea de flotación de un sistema político, de una familia, de un grupo de la sociedad civil. Sin ella el boquete conduce irremediablemente al naufragio.
Legitimidad y confianza
De la fórmula que suma la verdad más la autoridad moral surgen la legitimidad y también la confianza de los hijos hacia los padres, de los alumnos hacia el maestro, de los fieles hacia sus pastores y de los ciudadanos hacia sus gobernantes. Sin confianza mutua, es decir, sin la credibilidad que otorga el no mentir, el buscar la verdad entre todos, el vivir en la verdad, es imposible la autoridad moral. El primer fruto de estas actitudes es el respeto. Cuando se promete y no se cumple se pierde el respeto, cuando se miente y no se es transparente, se pierde el respeto. Cuando se usa la fuerza bruta se pierde el respeto. Solo la autoridad moral fruto de la verdad produce respeto. Entonces se cierra el círculo vicioso.
Hagamos el análisis a la inversa, como un viaje del fruto a la raíz del problema, de la vela al casco averiado. Si un pueblo ofende de palabra o de obra, o cuando se rebela porque no aguanta más la injusticia y la mentira, entonces ese pueblo ha perdido la confianza, ha retirado su confianza a los servidores públicos, porque se ha convencido de la falta de credibilidad; y esa falta de credibilidad viene de la pérdida de la autoridad moral; y la pérdida de la autoridad moral se produce por el uso de la mentira como sostén del poder. Lo hemos visto: cuando los padres tienen que recurrir a los golpes para educar a sus hijos es porque acaban de perder su respeto, su confianza y su autoridad moral.
Algunas propuestas
Cuba debe regresar a la vida en la verdad. A la transparencia en todas las estructuras de gobierno, de las instituciones, de los grupos de la sociedad civil, de las iglesias, de las familias. Vivir en la mentira es la principal autoagresión a la línea de flotación de una nación. Hoy hacemos agua.
Cuba debe formar, elegir libremente y evaluar periódicamente, a sus líderes que, a su vez, deben ser modelos de una vida en la verdad, cultivar valores y virtudes, únicas bases para adquirir y mantener la autoridad moral, la auctoritas, única credencial que los legitimará ante sus ciudadanos.
Cuba, su nación, su sociedad civil, que es la comunidad de sus ciudadanos dentro y fuera de la Isla, solo debe legitimar las estructuras, los modelos, los líderes, las ideologías, que se hagan servidores de la verdad, que sean transparentes en su gestión, que rindan cuenta a la ciudadanía para ganarse el respeto y la confianza de la nación y de la comunidad internacional en un mundo interdependiente.
Cuba, sus autoridades, no deben incitar nunca más a la violencia, al combate entre hermanos, ni permitir que sus subordinados usen la fuerza desmedida y sistemática para reprimir las demandas legítimas de los ciudadanos.
Cuba debe cambiar estructural y sistémicamente para pasar de la mentira a la vida en la verdad, de la fuerza a la autoridad moral, de la imposición a la legitimización mediante elecciones libre y la posibilidad de otorgar o retirar la confianza del soberano, que somos los ciudadanos, a cada uno de los servidores públicos que elijan y controlen unas instituciones fuertes y democráticas.
Estamos a tiempo. Este es el momentum de Cuba.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
*Publicada originalmente en Convivencia.