El 16 de julio de 2003, a los 78 años y víctima de un cáncer, fallecía en Nueva Jersey, la reina de la Salsa, la Guarachera de Cuba, Celia Cruz, pero el grito de “libertad” para su isla no moría con ella.
Tampoco quedó en el olvido el sacrificio de tener que desprenderse de todo lo conocido en los albores de una carrera musical en Cuba, cuando el castrismo se apoderó de todo en su tierra. Una tierra a la que Fidel Castro nunca más le dejó regresar, ni en las peores de las circunstancias familiares.
Celia en la isla se había quedado sin alternativas, para finales de 1959 estaba claro que la farándula tradicional de La Habana ya no tenía vida dentro del régimen populista de la “Revolución”. Los medios eran exclusivos para la propaganda política e iría a peor. Celia no se equivocaba. El régimen no dejó televisora o radio privada en pie, el mundo musical tal cual lo conocía la salsera empezaba a desaparecer.
“Tratamos de seguir con nuestras vidas, como siempre, pero era imposible. Esos meses siguientes a la entrada de “los barbudos” a La Habana fueron de terribles angustias. El régimen se apoderó de todas las compañías, de todos los negocios, de todas las emisoras de radio y de la televisión. La situación se convirtió en un desmadre. Al régimen no le importaba la libertad de expresión artística para nada. Así que la Sonora y yo tomamos la decisión de irnos a México y trabajar allí, en donde sí había trabajo garantizado”, dijo en su biografía “Celia, mi vida”.
Celia nunca se fio de las buenas intenciones de Fidel. No quiso conocerlo cuando el director de la revista Bohemia le dijo que “El Comandante” era asiduo a su música cuando peleaba en la Sierra Maestra.
“Había algo en mí que me hacía rechazarlo y no me equivoqué”, escribió. Hasta que finalmente empezaron a dejar de pagarle honorarios por sus actuaciones, porque era la única que no le rendía pleitesía a Castro.
La guarachera llegó a un punto en donde todos le parecían que le espiaban, la desconfianza aumentaba y la música cubana había quedado raptada para la propaganda revolucionaria. Fidel daba discursos amenazantes contra Estados Unidos, había fusilamientos masivos y juicios sumarios. Celia no lo pensó más, debía irse de su tierra antes de que fuera demasiado tarde.
“Salíamos para México en un vuelo de la Cubana de Aviación. En el aeropuerto, sin saber que era la última vez, sentí el sol de Cuba brillar en ese cielo. Me viré para atrás y vi a Ollita, mi madre, sonriente en la terraza de la terminal, y le soplé un beso (…) Ahora me alegro de que en ese momento no supiera que esa sería la última vez que volvería a ver a mi madre. De lo contrario, nunca me hubieran arrancado de sus brazos”, escribió la salsera.
Celia Cruz nunca más volvió a ver a su madre frente a frente, no le pudo tomar su mano cuando fallecía, el régimen castrista nunca se lo permitió. Fidel Castro nunca le perdonó.
“Me castigaron por salir de Cuba no dejándome regresar para enterrar a mi mamá. El día que la sepultaron en el cementerio de Colón sentí una rabia y una desesperación tan profundas que apenas podía con ellas. Ese día pensé que se me iban a secar los ojos de tanto llorar. Fue entonces que decidí no pisar nunca más suelo cubano hasta que no desapareciera ese sistema”, dijo entonces.
Hace 17 años Celia Cruz se iba con el deseo incumplido de una Cuba libre, con su grito de ¡Azúcar! ahogado en la frustración de no descansar junto a su madre en el cementerio de Colón. Todavía queda mucho por hacer en su nombre o jamás podremos escucharle cantar sin el peso de las deudas.