Últimamente al gobierno cubano se ha empeñado de nuevo —en un arranque de ira que se entiende solo en el antecedente nefasto de la no declarada “guerra contra todo el pueblo”, la más abyecta e hipócrita doctrina— en (de)mostrar, cada día que trascurre bajo esta seria circunstancia de escasas provisiones, el lado inmundo de su propia recolecta.
La “exhibidera” mantiene un escenario recurrente: el noticiario televisivo. Apoyado en programas diseñados “para meter miedo”, tal como Tras la Huella y compañía, no faltan exorcismos baratos que denotan alto nivel de impotencia incontenida.
Se alardea de podredumbre tóxica, consecuencia de una presupuesta corruptibilidad global que nos afecta, la cual procrea entre correligionarios ideológicos y “desfilantes sin causa”, los que de pronto, sin aviso previo ni sustento narratológico creíble, se lanzan a la loca (y desesperada) aventura de transgredir leyes por ellos mismos aupadas, para sobrevivir apenas entre estertores y tonfas del tardo castrismo, mientras se emplean a fondo en devolverlos en forma de escarmiento público (pero ajeno), en lugar de mostrar siquiera un pelo del profundo entramado corruptor, u origen del mal.
Porque hay mucho de morboso en cualquier acto recriminatorio que el gobierno ensaye. Y de vil, por cobarde.
Todos en Cuba coinciden en que este segundo Plan Maceta tiene, a diferencia del primero —durante aquel período especialmente interminable—, mucha más luz. Porque no ha habido, la verdad sea dicha, casi apagones.
Y no es que sobre hoy el combustible otrora cercenado bajo aquella “fraterna enemistad” antepuesta en la distancia transoceánica de un bloque socialista naufragado, sino que políticas dispares han priorizado “no tumbarle la luz al vulgo”, so pena de acabarse caña —dígase la famosa “fiesta del guatao”— en una sociedad que hoy protesta frente a lo que antes ni se atrevía murmurar. Sin embargo (o consecuentemente con aquél lío mayúsculo), las herramientas desplegadas con todo tipo de sostén ilegal y extensa ayuda material “para la detención, decomiso, inmediatez procesal y divulgación” (tan risible) de los casos descubiertos —o inventados—, demuestran lo reiterativo e ineficaz del represivo régimen —despreciado entre pares del orbe por su hosca transparencia delictiva—, el cual antepone otra vez su avidez en distorsionar la esencia de tan irrelevantes crímenes en un contexto nacional sumamente adverso, a lo prohijado por la miseria interna que inexorablemente marcha a priori, en caldo de cultivo donde crezcan infectas cosechas y suicidios.
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El pasado 5 de julio, y es otro (mal) ejemplo, una página en Facebook a nombre de un ignoto Cheché Toirac, quien también tiene en Twitter (@ChecheToirac) sitio para replicar los videos propagandísticos del sistema desinformativo de la TVC —y por ende del Comité Central y su armatoste—, ha divulgado un fragmento del espacio dedicado a mostrar un nuevo decomiso de mariscos y combustibles en la lejana/cercana Isla de La Juventud.
¿Juventud de qué? preguntarán algunos, creyéndola aún de Pinos. La isla que sirvió indistintamente de presidio modelo y escenario para planes agrícolas delirantes al comandante en jefe, también como bastión internacionalista y antiimperialista, es el punto aéreo y marítimo desde el cual darse un saltito a Cayo Piedra (coto personal de caza y pesca que el dictador cedió en propiedad a la ex RDA, matriz de la envidiada STASI del camarada Erich Honnecker), o catapultar turistas extasiados hasta los sureños Jardines de la Reina, donde una avanzada de catamaranes y guardafronteras disfrazados de expertos hombre de mar, les esperan a todos en conjunto —comandancia vigilante incluida— para emprender “ecológica aventura en acuoso placer”, aunque las promociones vigentes desde 2007 en las Marinas Gaviota Tour. S.A. no revelen —sino insinúen— que no se ha de navegar, pescar ni depredar en frágiles ecosistemas, los mismos que según esta nota temeraria, “fueron devastados por cubanos inconscientes y transgresores de la ley de pesca aprobada por nuestro parlamento” (de forma masiva y contundente), pues en verdad lo que tenían “esos modernos corsarios y piratas del patio” era tremenda hambre, y una caterva de necesidades insatisfechas, individuales o colectivas.
Pero de eso es mejor no comentar ni especular. Si se afecta el sentido de “colectividad” falseado por la retórica, entonces el silencio se torna suerte de matriz de todas las virtudes. La prensa oficial está concebida para levantar hasta las nubes al aparato aterrador, y de paso, inventarse de cuando en vez un destartalado lobby político (in)creíble entre gente ignorante del trasfondo encargado por la mandancia.
Porque está claro, ni los Castro & Cía., ni sus turistas redituables, saben qué cosa es bregar “luchando” holgura en un país donde te atropellan las propiedades foráneas —dadivosas con el poder codeudor—, pergeñadas a su vez de egoísmos ungidos con cánticos proletarios, de quienes permiten acceder exclusivamente a comensales de su misma orden grupal y fermentada cofradía “a la distribución equitativa de las riquezas”.
Para quienes tengan dudas sobre la falsa neutralidad de tales provocaciones, les recomiendo seguir los sucesos que inevitablemente vendrán a continuación, despliegue incontrolado del robo y el comercio negro, mientras dure esta cuarentena que amenaza con llegar hasta diciembre —si los huracanes por venir dejaran algo en pie—, en un año singular que ha sido demasiado impredecible en cuanto a pérdidas y ganancias relativas: las obtenidas o por obtener.
Pérdidas de moral y valores materiales incontables. Ganancias de conciencia colectiva sobre quiénes son los verdaderos delincuentes en esta isla, y quiénes siguen siendo los onerosos usufructuarios de todo el mal.
Pues, ¿dónde fue que dejamos el mar? En los versos lacrimógenos quizá del raudo —y aún no relevado “Poeta Nacional de Cuba”— Nicolás Guillén, que en su obra procomunista de obligada consulta escolar nombrada “Tengo” dejó claro que aquella inmensidad de agua salada siempre fuera —para todos, y no solo de algunos pichi dulces pro-castristas—:
“…abierto, azul, inmenso y democrático… En fin, el mar”.