Mandy y el Rasta son dos amigos de Jaimanitas, posiblemente con el récord absoluto de más intentos de salidas ilegales fallidas.
Mandy nació en las montañas de Guantánamo, en un lugar llamado Realengo 18, famoso en el pasado por el levantamiento en armas de los campesinos contra la dictadura. El Rasta es habanero “legítimo”. Un as en la inventiva de artefactos navegables.
Al igual que el Rasta, Mandy ha vivido obsesionado con la idea de irse del país, en busca del sueño de libertad. Sus intentos fallidos incluyen aventuras, sustos y un par de naufragios, casi siempre acompañado del Rasta. Historias surrealistas dignas de recogerse en un libro, donde la visión del individuo es la misma del que ve un oasis en medio del desierto. Aunque siempre fracasan, continúan con los intentos.
Pero en tiempos de pandemia, construir una balsa se ha vuelto muy costoso: neumáticos, planchas de zinc, poliespuma, tablas, tornillos, la máquina de soldar para sellar la estructura, equipos de navegación, porrones de agua, alimentos, todo comprado en el mercado negro.
Mandy vive en un cuarto de mala muerte junto al mar, en la calle Primera. Se sustenta los fines de semana como ayudante de Felipón en la carretilla, un trabajo sin licencia que lo deja a merced de la policía.
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La última semana se le ha visto poco. Anda envuelto en los preparativos de otro episodio en el mar. Le cuenta al Rasta los pormenores.
“Hay un blanquito de Buena Vista que puso el dinero para hacer una balsa y estamos en esto con el Mono y el Tinta. Mi contribución fundamental es una brújula, pero ya veo fallas de origen, porque me la pidieron ayer y cuando les dije que no, que era mi boleto de embarque, se molestaron”.
“Son un par de vagos. Solo piensan en comer y emborracharse, y decir que cuando lleguen a Estados Unidos el gobierno va a estar en la orilla esperándolos con los brazos abiertos. El de Buena Vista ha gastado mucho dinero en materiales, en cuatro almuerzos diarios y ron, y el pago del lugar donde construimos el bote. El Mono y el Tinta son los intermediarios en las compras y le clavan todo a sobre precio al blanquito. Tenemos un acuerdo de no llevar armas, pero ya vi que los dos están ensillados. Yo por si acaso llevo esto”, dijo Mandy mientras mostró una chaveta afilada, que guardaba bajo la camisa. “En situación extrema el peligro soy yo”.
El Rasta quedó muy preocupado con la historia de la balsa y fue a ver a su amigo al cuarto, a convencerlo de que renunciara a la locura de tirarse con esa gente y a la demencia de cruzar el estrecho de la Florida y sus peligros, bajo el riesgo de que lo tiren al agua en el primer percance.
Mandy no lo dejó terminar. Le pidió que echara un vistazo al cuartucho y le dijo:
“¿Para qué quedarme? Estoy muerto hace rato. He perdido hasta los dientes intentando irme de Cuba y ni siquiera puedo ponerme prótesis, porque no tengo el cambio de dirección de La Habana. Estoy cansado: de vivir, de luchar, de esperar. Quisiera cuando me muera que me incineren y mis cenizas las tiren al mar, para ver si las olas las llevan a otra parte y reencarno lejos. He viajado toda la isla, de San Antonio a Maisí, y ningún pueblo de Cuba vale un centavo. Los cubanos somos analfabetos funcionales. Estoy dispuesto incluso a irme para otro país como esclavo, por un año. Trabajar sin cobrar salario, en una caballeriza, o limpiando baños, en lo que sea con tal de salir de aquí. Si muero en la travesía, bienvenido sea. Porque fue en el intento”.
Como último recurso para salvar a su amigo de un final trágico en el estrecho de la Florida, dice el Rasta que le hizo una confesión de hermano.
“Nadie lo sabe. Estoy construyendo un submarino, con dos tanques de aluminio y un motor de lavadora. Un viaje rápido, de pocas horas. Y lo más importante: muy seguro. Todavía queda espacio para otro tripulante. El único problema es que no encuentro la fórmula para almacenar el aire”.
“Me contestó que estaba más loco que él. Que iba a necesitar que resucite Julio Verne para ayudarme. Que prefería lanzarse en la balsa y remar con los gorilas y matar si era preciso para sobrevivir, que perecer ahogado en el fondo del mar en su propia tumba, como el capitán Nemo”.