“Soy alérgico a las colas. Ni siquiera en el periodo especial me metí en una. Aunque, a decir verdad, estos tiempos superaron la locura del periodo especial. Pero ayer no pude más y pedí el último en la cola de la tienda Caracol, de calle 1ra, para intentar comprar un pomo de aceite”.
Así comienza su relato Enrique Mir, que vive en Santa Fe, recién casado con Mirna, una joven que no sufrió los embates del periodo especial, pues su mamá trabajaba de cocinera en una unidad militar, de donde sacaba la comida que paliaba la crisis.
“Aquella cola no caminaba. A pesar que pasaban las horas no podía abandonarla, en la casa no teníamos una gota de grasa y de huevos hervidos estábamos hasta el tuétano. Por eso cuando vi el camión descargando aceite en la Caracol dije: ¡esta es la mía!, y me incorporé a la fila, que era larguísima y llegaba dos cuadras más allá de la puerta del establecimiento”.
“Al mediodía estaba en el mismo sitio donde había marcado por la mañana, comencé a impacientarme. La situación se puso peor cuando mi esposa comenzó a llamarme por teléfono, primero preocupada por mí, después celosa, acusándome que andaba con otra mujer. Por más que le expliqué que la cola no avanzaba y que si había esperado tanto no podía abandonarla ahora, no entendió. Dijo que ninguna cola demoraba tanto. Me pidió una selfie, para estar segura que decía la verdad. Ahí comenzó el problema”.
“Saqué el teléfono. Me posicioné de forma que saliera yo y la gente bajo el sol, y que se viera la tienda, prueba irrefutable que andaba en la lucha sin cuartel para llevar comida al hogar y no sonseando con otra mujer por ahí. De repente en la cola comenzó un alboroto y algunos comenzaron a insultarme, diciendo que estaba filmando para subirlo a Facebook”.
Cuenta Enrique que se enfureció por la reacción de la gente. Les explicó su problema y los celos de su mujer, pero un anciano le dijo que eso era un ardid gastado, que yo tenía cara de gusano y quizás fuera de los que andan denigrando a Cuba en internet.
“Mire señor, no tengo que darles ninguna explicación de lo que hago, pero le voy a decir, que el mundo sabe bien cómo anda Cuba y no hace falta una foto mía sobre el desastre. Yo no soy opositor declarado. No me arriesgo a una cárcel, ni a una golpiza por el simple hecho que ustedes no merecen que nadie luche ni se sacrifique por sus derechos”.
Dice Enrique que la palabra “derecho” fue un detonante que estremeció la cola, la recorrió como un tsunami y llegó hasta el puesto de mando policial. Entonces vinieron oficiales sobre él con saña.
“Me pidieron el carnet de identidad, me sacaron de la cola, me llevaron a un garaje y me tiraron por la planta, donde me salió hasta cuando de muchacho me escapé una vez del servicio militar, el día del cumpleaños de mi madre, que no quisieron darme pase y me fui a felicitarla por mi cuenta”.
“Un oficial revisó mi teléfono, constató mi versión: había enviado la foto a mi esposa y leyó los diálogos que sostuvimos por sus celos y la exigencia que le enviara la prueba que en realidad estaba en una cola para comprar aceite. De todas formas, me anotaron en un libro y me notificaron que estaba advertido sobre no tomar fotos de colas”.
“Cuando pude salir del garaje, al cabo de un rato, ya no quería comprar nada. Me fui a mi casa, indignado. Pero al verme llegar con las manos vacías, mi esposa me armó la de San Quintín. No creyó mi historia de la detención, ni de la advertencia, ni la notificación. Dijo que ahora si estaba segura que yo andaba en “algo” y la foto la tomé de pasada en una cola cualquiera, solo para marearla y justificar mi encuentro con otra mujer”.