Un cubano, dos cubanos y ningún cubano
Luego de 1994, la población de la isla dio un bajón considerable; hasta se habló de eliminar la libreta de racionamiento, no solo porque no había papel, sino porque casi no quedaba gente racional por racionar.
Actualizado: November 15, 2024 1:38pm
Siempre se habló de que el cubano era un ser de extremos. Si alguien veía a un natural de nuestra isla agarrado de un poste eléctrico solamente tenía dos explicaciones: o lo está aguantando o se lo quiere robar para cortarlo y hacerse una balsa.
Por esa misma regla, si uno a esta altura ve a un cubano en el mar o cerca del mar, es que se quiere ir de la isla. Si bebe cerveza, entonces es que ya se fue y ha vuelto de vacaciones para restregárselo a los demás.
El sueño de un vecino mío siempre ha sido poder descansar en paz. No morirse, sino cerrar los ojos y sentir cómo el silencio va entrando por el aire. Sin gritos de vecinos, sin sirenas de policía, sin timbres, sin televisores con el audio al máximo, y sin reguetón.
Su abuelo le contaba lo tranquilo que había dormido en los días posteriores a Camarioca, y su padre le decía siempre que se necesitaba de otro Mariel para que hubiera silencio y tranquilidad en el ambiente. Si no hubiese sido por los actos de repudio, aquella forma sana y revolucionaria con la que el pueblo manifestó su envidia por los que pasaban a mejor vida, se habría podido disfrutar. Las ciudades quedaron bastante vacías, y en algunos sitios se pudo dormir a pierna suelta y con las puertas abiertas. Y para desayunar podías recoger huevos en las fachadas de algunas casas.
En aquella década convulsa, o convulsita, porque aún había esperanzas de que pasara algo, usted salía a la calle y podía estar seguro de que todas las personas a quienes veía eran revolucionarios. O más o menos. Los que no lo eran, o estaban encerrados en sus casas o se habían marchado, o estaban presos, y no precisamente prisioneros del imperio.
Luego, hacia el final de los ochenta, pasaron muchas cosas de manera bastante acelerada: las pescaderías argentinas, todas azules. Las latas de pollo a la jardinera. Arte Calle. La Perestroika. Novedades de Moscú. Las Sputniks -las revistas y las cuchillas de afeitar-. La Glasnot. La Causa número 1 del 89, conocida para siempre como “el caso Ochoa”. La caída del Muro de Berlín. El desmerengamiento del campo socialista. Y los primeros, tímidos pasos del Período Especial en Tiempos de Paz, que fue el silencioso reconocimiento de que Fidel Castro había hundido a la isla en los humedales de una fosa eterna.
Pasaron muchas más cosas, y al día de hoy, aunque no hubiera tranquilidad ni silencio, y La Habana se llenara de policías orientales a quienes bautizaron como palestinos, que le gritaban a los ciudadanos “identifíquiti”, uno se alegra de que al Delirante en jefe no se le ocurriera hacer, con los cubanos que quedaban, lo mismo que experimentó con la ganadería, cruzando un matancero con una villareña y luego, haciendo lo mismo con el resultado de eso, con una holguinera, y más tarde mezclándolo todo con gente de Habana campo y varios camagüeyanos. Todo para intentar conservar la raza cubana. Un F1 con Cebú, y luego, el resultado, con un F2 y un Holstein.
Se agradece que no lo hiciera y que haya muerto, espero que para siempre, porque después, en 1994, vino la otra estampida, mucho mayor que la de 1980, y el mar era una balsa. Perdón, el mar se llenó de balsas que escapan del mal. Y la población de la isla dio un bajón considerable; hasta se habló de eliminar la libreta de racionamiento, no solo porque no había papel, sino porque casi no quedaba gente racional por racionar.
En esos días mi vecino se relajó un poco, pero no tanto como iba a hacerlo en el nuevo siglo. La gente dejó de nacer, pero no de ponerse vieja. Y como nada se arreglaba, y allí donde estaba malo, se puso peor, al deporte de remar se le sumó el de caminar. Atravesar las selvas y bordear los volcanes. Y otros empezaron a practicar el hablar con la zeta, compitiendo con el Zorro, porque para algo sirvió tener un abuelo o un bisabuelo español. Del orgullo que antes daba estar en la tropa del pillo manigüero mambí Elpidio Valdés, se pasó a aplicar para la del general Resóplez, que daba más resultado.
Fue tan acelerada la huida, que se pensó que el próximo censo de población podría realizarse en los aeropuertos. El gobierno de la isla no dice cifras porque saben que ellos son directamente los culpables de que “425.000 emigrantes cubanos llegaran a Estados Unidos entre 2022 y 2023, a los que se suman decenas de miles hacia otros destinos; el mayor éxodo de nuestra historia”.
Mi vecino disfrutó unos cuantos meses en esta nueva crisis migratoria, pero luego se asustó, está asustado de veras, y dice que en Cuba solamente quedarán ladrones e hijos de perra, refiriéndose a dirigentes y policías. O españoles oriundos de Imías, Puerta de Golpe, Madruga, Alto Songo o Cacocún, que a la más mínima apretazón buscan refugio en Iberia.
Y por mucho que los desgobernantes sigan machacando a la gente con el sonsonete de que la calle es de los revolucionarios, nadie les cree, o a nadie le importa, porque las calles están rotas y vacías. Si uno quiere ver a un grupo de cubanos alegres tiene que darse un salto a Hialeah, a la Plaza del Sol de Madrid o al Zócalo de México.
Un cubano, dos cubanos, tres cubanos…coño, ningún cubano. Y tantos españoles como en 1887.
Y es verdad que hay silencio. Se pudiera dormir si no fuera por el calor y los mosquitos, o porque, como dice mi vecino, hay algo que suena más, que rompe la tranquilidad de tardes y noches, y no es solamente la ausencia de hijos, hermanos y padres.
Es la desesperanza, que suena como a derrumbe y huele a sangre y a vida dilapidada por las ideas de un loco y de miles de idiotas que le siguieron.
Mi vecino dice, con razón, que, si la calle sigue siendo de los revolucionarios, él no tiene nada que hacer allí. Y que las arreglen ellos.