San Bruno de los Colchones
Bruno Rodríguez tiene un serio problema con el embargo estadunidense. El primer problema es semántico, y el segundo, romántico.
Actualizado: April 8, 2024 8:23am
Con expresión soberbia, que es algo así como la mueca de quien se golpea el dedo chiquito del pie con la esquina de la cama y del dóberman que raspa el piso porque se está orinando, Bruno Rodríguez Parrilla lanza al mundo un desafío.
Quiere que le demuestren cuándo, cómo y dónde la policía y la seguridad del estado cubanos ha impedido o interrumpido un toque de santo o un rezo colectivo pidiendo el fin del criminal bloqueo yanki, a ver. Por no interrumpir, las fuerzas del orden revolucionario no han intervenido siquiera en una matanza colectiva de ganado mayor, cuando los cuatreros dijeron que era en saludo a la victoria de Girón y en solidaridad con Palestina.
Los yankis, como siempre, intentando mancharle el expediente a la revolución cubana, que fue capaz de vencer ella solita el monocultivo, erradicando la siembra de la caña de azúcar. Ahí están las pruebas y a ellas se remite el que algunos mencionan como ministro de relaciones exteriores y otros como “canciller”. Y, aunque el enemigo lo ponga en duda, Bruno, “Brunildo” para sus amigos, realiza las dos tareas, a veces a la vez. Ya lo de si hace las dos, bien o mal, se lo deja a Dios, para que no digan que él mismo practica la libertad religiosa.
No olvidar tampoco que él, religiosamente, menciona diez o quince veces la palabra bloqueo, sin fallar. Por eso, noticias como esta le quitan el hambre y el sueño a Rodríguez Parrilla: “Después que EEUU hiciera público que mantiene al régimen cubano en su lista negra por tolerar o participar en violaciones graves contra la libertad religiosa, Bruno Rodríguez aseguró que La Habana tiene un "desempeño ejemplar" en esa materia”.
La Habana es ejemplar en casi todo. Es tan ejemplar esa tolerancia que en esta última semana santa él mismo se ofreció a desfilar en una procesión. No lo hizo al final, porque se enteró de que no querían cargarlo como a un santo, sino que habían sugerido arrastrarlo. No lo dijo así, sino que prometió cumplirlo en cuanto los americanos levantaran el bloqueo.
Hace un año, para demostrarle al mundo hasta dónde llega la tolerancia revolucionaria con la religión, y después de desangrar dos gallos prietos en la puerta de su oficina, Bruno se brindó a ser crucificado, pensando que el Santo Padre o Papa Francisco visitaría una vez más la isla. Pero hizo trampas. Cualquiera sabe que Jesucristo se habría salvado si los romanos hubieran intentado martirizarlo en la Cuba actual: cuando no hay clavos para la cruz, faltan el vinagre o la madera, y las autoridades no autorizarían a un acto masivo de esa envergadura por temor a que se repitieran las protestas del 11 de julio. Aunque de seguro tendrían una multitud interminable de Judas Iscariotes.
Porque una cosa tapa la otra y a veces ambas se tapan y se tupen. Ya se sabe que en esa tierra que deslumbró al almirante Cristóbal, que en realidad tenía muy pocas horas de vuelo, todo lo que se dice es mentira y viceversa. Lo que no es falso, no es cierto. Y lo que no está prohibido, es ilegal.
Todo está planificado para tupir y entumir, desde las notas de los exámenes escolares a los logros de la agricultura. La Ciénaga de Zapata se pudo desecar al fin, y se cumplió lo de los 10 millones de toneladas de azúcar. La Central Atómica de Juraguá garantiza la energía para la industrialización del país y Raúl Castro sale disfrazado por las noches repartiendo vasitos de leche. Todo es mentira, aunque suena de lo más bonito, porque “mis compañeros no están ni olvidados ni muertos”, que ha resultado una de las frases más terriblemente cómicas de nuestra historia.
Bruno tiene un serio problema con el embargo estadunidense. El primer problema es semántico, y el segundo, romántico. Todas las mujeres que quiso llevar a la cama nunca le dieron como pretexto para no hacerlo que tenían dolor de cabeza, sino que “sentían un bloqueo”. Así que a él no se le levanta hasta que no levanten el bloqueo, y, por mucho que la gente demuestre que no es un bloqueo, sino que debería utilizarse el término “embargo”, él se niega terminantemente.
Ha intentado explicar (no lo dejan, no se sabe por qué) que no es igual “libertad religiosa” que los religiosos en libertad. Eso lo saben hasta los agentes de la CIA, que en Cuba “el Código Penal considera un delito pertenecer o asociarse con un grupo no registrado”. Y la policía no tiene tiempo ni recursos para estar registrando constantemente a todos los que quisiera registrar.
Bruno sabe también que la revolución, o lo que queda de ella, está bajo el asedio del mal. Comenzando por lo mal que lo han hecho siempre sus dirigentes, hasta llegar a sus enemigos, esos que mantienen el bloqueo que no permite que un cubano, ni siquiera él mismo, pueda cambiarse de calzoncillos al menos un par de veces al año. Él sospecha que la mafia de Miami, en coordinación con agentes de la CIA, aprovechan las sombras de la noche para infiltrarse en pueblos y ciudades, fundamentalmente en la capital del país, y dejar en las esquinas ingentes cantidades de basura. Con eso atentan contra el ornamento, el orden y la cornamenta del expresidente de los CDR Gerardo Hernández Nordelo, hoy al frente de la industria ganadera, haciendo de vaca, de toro y de ternero.
Rodríguez Parrilla está en todo. Y le sobra tiempo para averiguar qué pasó con los dos médicos cubanos que pasaron años secuestrados en África. El canciller llamaba a cada rato al de Somalia para preguntar si había sabido de ellos. Ahora parece que Bruno, ungido por una pasta especial enviada por Putin, que convierte a quien la usa en una especie de Batman, pero más rata y menos murciélago, se apresta a ir personalmente a salvar a los cubanos embarcados en Haití, que están tan en candela como el país.
Y usa las redes al igual que sus jefes, la Machi y el Puesto a Dedo, para dejar sus profundos pensamientos. Hace unos días “compartió una publicación en sus redes en la que muestra su preocupación por el aumento de la desigualdad en Estados Unidos. En Cuba se compran alimentos y medicinas, "mientras, el dinero del contribuyente estadounidense se utiliza para financiar guerras y mantener el genocidio sobre el pueblo palestino".
Deberíamos hacer una colecta en el exilio. Los cubanos que vivimos fuera de la patria, que hemos sido excluidos porque un grupo de haraganes y sinvergüenzas se apropiaron de ella. Los que están en España, en Dinamarca, en México, en Uruguay, en Francia y Rusia. Y todos los que hemos reinventado nuestra vida en los Estados Unidos. Reuniríamos dinero para ayudar al canciller Bruno. A intentar curarlo de esa fiebre que le provocan las mentiras. Sus mentiras.
Y usar ese dinero para comprarle un supositorio. Un gran supositorio. Y ponérselo delante de todo el pueblo de Cuba y de las cámaras de televisión. A ver si se atreve a repetir después que el bloqueo no deja que entren medicinas a la isla.