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No me va a gustar morirme

Morir en Cuba hoy es toda una odisea. Entre la falta de recursos y las soluciones absurdas, el último viaje se ha vuelto un desafío

Actualizado: July 31, 2024 1:49pm

Siempre estuve seguro de que desde temprano iba a tener dónde caerme muerto, aunque fuera un mínimo, muy mínimo, espacio.

Pero estaba equivocado.

Se veía venir, se podía adivinar sin tirar las cartas, ni leer en la borra del café, porque el correo no funcionaba y tampoco había café. Y en el apuro desordenado por construir el socialismo (que nadie sabe para qué sirve, y si existe o no), fueron colapsando servicios médicos, recogida de basura, transporte urbano y del otro, y la alimentación llegó a ser tan balanceada que el pueblo pensó que iba a comer un año sí y otro no. Y de pronto, no hubo cómo enfrentar tampoco los servicios funerarios.

Imagino que, ante el desastre que se venía encima de esa nación tan alegre que hasta se ríe con los malos chistes del Puesto a Dedo sin casa (a quien, de manera irrespetuosa pero con cariño, aquí le decimos Elsa, diminutivo de El sapingo) como antes se divertía con los pésimos cuentos del Delirante en jefe, que tenía más imaginación que Julio Verne, alguien o álguienes, en este caso los innombrables del PCC, hayan previsto algunas soluciones para que los extranjeros no vean a los muertos fuera de los cementerios, esperando ser enterrados.

Cierto que el acto de morirse, o como se dice en cubano antiguo “cantar el manisero”, “darle la patá a la lata”, “colgar el guante” o “pirarse al más allá”, como es lo último que hace un ser humano y también algunos inhumanos, debe ser respetado por los deudos, familiares y amigos, ha de ser algo solemne y respetuoso y no algo parecido a marcar en la cola del pollo, a ver si se alcanza. 

No en balde han desaparecido otras expresiones como “ponerse el pijama de madera”, porque en la isla no se venden pijamas desde 1959, y los ataúdes dejaron de existir por falta de madera, de clavos, de gasolina o por el criminal bloqueo americano.

Entre las soluciones planteadas en esa imaginaria reunión de los enmascarados del partido, pueden estar estas, que disimulen la crisis en el sector:

1-Que quienes vayan a morir sean previsores, y busquen la ayuda de la familia y el CDR para ser incinerados in situ, es decir, en la misma cama donde fallezcan, o, para evitar incendios mayores, en el patio de la vivienda, en el fregadero o en un solar yermo.

2-Que en caso de no tener combustible que acelere el proceso de imitar al cacique Hatuey, convengan con las fuerzas del orden para ser sepultados en patios y jardines cercanos, para aliviar el problema del transporte.

3-En los dos casos anteriores, y en los cubanos que ya sepan que se van del aire con anticipación, se dirijan por sus propios medios al cementerio y puedan estirar la pata allí mismo, para que la ceremonia de enterrarlo sea breve y no requiera de gastos innecesarios.

4-Si existieran -que de seguro existirán- seres que decidan morir en sus casas, de manera irresponsable, que esa baja de la Oficoda sea prontamente reportada, para que el estado cubano pudiese incluirlo entre los reclamados por el parole, los que practicaron una salida ilegal o entre los médicos que prestan misión en otros países. 

5-A los difuntos que no tengan familia ni amigos se les puede inventar una desaparición gloriosa, que honre el sacrificio de dejarle su cuota de arroz y café a otros ciudadanos. Se recomienda incluirlos entre las bajas cubanas en la guerra de Angola, en la explosión del Maine, o que se ahogaron en el desembarco del yate Granma porque no daban pie.

6-Si ninguna de estas sugerencias es viable, pudieran contarse entre las víctimas de la tiranía de Batista. Lo difícil sería trasladarlos al pasado, si ni siquiera hay gasolina para enterrar gente en el presente.

Se ha orientado que nadie sea sepultado en el cementerio de Colón, y que en la entrada se cuelgue un cartel que diga “Cerrado por reformas”, junto a otro que diga alguna consigna victoriosa como “Los Diez millones van” o “Devuelvan a Elián”, aunque el PCC sugiere uno más a tono con el ambiente de la necrópolis: “Somos un hueso duro de roer”, o la frase de Julio Antonio Mella: “Hasta después de muertos somos útiles”, que justificaría montar allí mismo una procesadora de abono para la industria agrícola. Perdón, para cuando exista una industria agrícola.

Habría que evitar a toda costa que las noticias sobre la situación funeraria cubana lleguen al enemigo, que las manipula a su favor y las utiliza para denigrar a la revolución. Todo cubano debería evitar noticias como esta: “Féretros desarmados por la podredumbre de los materiales con que se elaboran, huesos y vestimentas de los muertos desperdigados, pequeños nichos en los que se mezclan los restos, son la visión de la "normalidad" de cementerios cubanos como el de Colón, en La Habana”.

¿Qué dirán los extranjeros que nos visitan? A menos que eso también pudiera usarse para atraer el turismo tan necesario para salvar al país. Porque la caótica situación no sucede solamente en el camposanto habanero: “El periódico oficial Escambray, de Sancti Spíritus, aseguró que en esa provincia no hay ni fosas comunes ni cementerios alternativos, pero informó del trabajo frenético que en el principal cementerio de la ciudad cabecera ha culminado con la construcción entre mayo y septiembre de 90 gavetas y 600 nichos nuevos para asumir el incremento de los difuntos del municipio”.

A partir de esa idea, y contando con el esfuerzo de todos los factores que coadyuven en los eventos promocionales que motiven a los foráneos a conocer nuestra realidad, podría estimularse a españoles, chinos, canadienses, rusos y norteamericanos con eslóganes atractivos como “Venga a engavetarse a Cuba”, o “Pruebe un nicho cubano”, que juega con un doble sentido sexual que atraería, sobre todo, a cincuentonas de todo el mundo que no tengan pareja.

La cuestión, compañeros, es tratar, por todos los medios, de no morirse en Cuba. Por lo menos en tierra firme. Si no se puede ni botar la basura de las esquinas.