Skip to main content

Bailando vamos hacia un ideal

A los únicos que parece no gustarles el sol en Cuba es a los policías y al resto del amplio abanico de esbirros que se ven obligados a salir a la calle a reprimir, bajo la inclemencia del sol.

Actualizado: May 10, 2024 9:13am

Como si cada día fuera 26 de julio. Como si en cada puerta hubiera un cartelito que dijera: “Esta es tu casa, Fidel”. Como si no faltara yeso en los hospitales, y vendas, y calmantes, y almohadillas sanitarias, carne de res, ilusiones y esperanzas. Como si siempre hubiera luz en la isla, los cubanos bailan.

Es casi una rutina. Bailan, hablan mal del gobierno y piden recargas a sus familiares, que viven en el lugar donde se fabrica el criminal bloqueo. Pero, ante todo, baten y se baten. Se baten con la carestía y baten cualquier récord que se ponga a tiro, porque ya lo dijo quien lo dijo: “Hay que saber tirar, y tirar bien”. 

Eso de batir, aunque en ninguna parte de la isla fabriquen o vendan batidoras, es algo que ya viene programado en los genes. No hay cosa que le guste más a un cubano que batir un récord. Y cada día son más difíciles y complicados. Uno de los récords más recientes fue impuesto por un adolescente de Guanabacoa, que pasó 365 días sin abrir los ojos, para entrenarse para los apagones.

Ahora, manteniendo con mucho fervor el eslogan del país más alegre del mundo, el que está como a dos cuadras de la felicidad, “casi 3.000 bailadores cubanos rompieron este domingo, con bailes al unísono en toda Cuba, los récords nacional y mundial de ruedas de casino y ahora va rumbo a los Récords Guinness, en el mes de noviembre”.

Explico aquí que eso también viene en los genes, el baile. Y las ruedas de casino son como una versión moderna del areíto. Más bien una mezcla entre el areíto y el bembé.

Cuba es así, alegre como su sol. A la gente le gusta nuestro sol casi a toda hora. Si fuera por el cubano, el sol estuviera ahí, en el cielo, día y noche. Y en todas las estaciones, que son una sola. Es curioso cómo el habitante de la isla disfruta del astro rey. Del sol de la playa y un poco del de las ciudades. Del que cae de pleno en el campo, que se lo dispare un toro. Tal vez porque al cubano le gusta tanto el sol, jamás ha habido un invierno como Dios manda, con su nievecita, sus copos y sus trineos. Y las caricias de ese astro nos mantienen esta dermis de siboneyes que uno lleva, orgullosamente, por el mundo, y que te hace sentir distinto en Estocolmo o Helsinki.

Hasta los extranjeros van a Cuba a disfrutar del sol y por eso la empresa eléctrica se da el lujo de ser tan mala. Si fuera por ellos, también el sol saldría de servicio, como hacen con la Felton, la Guiteras o la Antonio Maceo, supuestamente por reparaciones. Lo verdaderamente difícil será encontrar voluntarios que quieran arriesgarse a ir al sol para darle mantenimiento.

A los únicos que parece no gustarles el sol es a los policías y al resto del amplio abanico de esbirros, que se ven obligados a salir a la calle a reprimir, bajo la inclemencia del sol. Por eso tienen siempre tan mal carácter y ese gesto de perro al que han dejado sin comer todo el día. Y también les afecta esa glándula que va donde debiera ir el cerebro, porque olvidan que pasan los mismos trabajos que el resto del pueblo. Es decir, que los demás también se pasan todo el día sin comer y no tienen esa amargura en el rostro, ni en la tonfa, que viene a ser la prolongación del rostro.

¿Dije que los extranjeros van a Cuba a disfrutar del sol? Olvidé el ron y el tabaco. Y el baile. A la gente de afuera le encanta ver bailar a los cubanos. Hasta piensan que nos pasamos las 24 horas bailando. Bailando o marchando, que casi es lo mismo. Y eso que el que nos echó a perder el país, el hijo de Ángel y Lina, lo dejó clarito, muy clarito, que había nacido con dos pies izquierdos, y no le gustaba el baile y la gozadera, por eso organizó el asalto al cuartel Moncada en plenos carnavales de Santiago de Cuba. Para echarlos a perder, por supuesto.

Y como el comandante era rencoroso, intensamente rencoroso, trató de llevarle la contraria a Celia Cruz, que gritaba “Azúcar” y que “La vida es un carnaval”, y él acabó con las dos cosas. 

Así que, si el baile y batir récords son importantes para el cubano, y lo es así mismo ese sol radiante e intenso, también es importantísimo el mar. Ya lo dijo el poeta: “la maldita circunstancia del agua por todas partes”. Menos en Centro Habana y otras zonas, hay agua por todos lados. Cuba nació así, rodeada de líquido, aunque ahora no haya liquidez. Ríndete, y sal con las manos en alto, que estás rodeada. Rodeada de un mar azul donde ya no viven peces. Y ese feliz matrimonio, mar y sol, sol y mar, prometen felicidad, pero en la isla no.

En Cuba, el mar no solamente sirve para bañarse y disfrutar de unas vacaciones sanas. El mar tiene para los cubanos otra utilidad, tal vez más importante que nadar para relajarse. El mar lleva balsa rústica, de tablas y neumáticos, y botes, con velas o sin velas, y otro destino. Uno mejor. El único momento en que un cubano no baila es porque está remando.

No hay alimentos, pero el cubano baila. No hay materiales para reparar casas y calles, pero el cubano baila. No hay combustible para la energía eléctrica, pero el cubano baila. No hay modo de que la mafia de GAESA deje de hacer hoteles, pero el cubano baila. La educación cada vez es peor, pero el cubano baila. No puede decir lo que piensa porque tiene que pensar bien lo que dice, pero el cubano baila. Cada día se van más personas, pero el cubano baila. La salud pública es un desastre, brotes de dengue, hepatitis y otras enfermedades extrañas, pero el cubano baila. No saben ya qué decir o prometer, pero el cubano baila. Nunca ha ido, ni irá, el tan mentado enemigo, pero el cubano baila. No hay dinero para medicinas, pero ellos viajan sin parar y el cubano baila. El euro ha llegado a valer 400 pesos cubanos, pero el cubano, que no los tiene, baila. No se da cuenta, pero baila, y baila con la más fea.

Baila con el único par de zapatos que le quedan sanos. Los únicos. Los de ir a bodas y entierros. Los de salir a ninguna parte a hacer nada. Salir a no divertirse. O se divierte así, bailando.

Tal vez el secreto es su intención. No la de batir récords o gozar, sino que quiere acabar de hundir la isla a pisotones. Porque, ya lo dice la canción, es preferible hundirnos en el mar, por algo que tiene que ver con Gloria y lo que se ha vivido. En el mar, no en el mal, que ahí hundieron a la isla hace 65 años. Bailando y chapoteando quizá se llegue a abrir un agujero que saque el cubano por la otra punta del planeta. Y ahí sí vale el refrán de que es mejor malo desconocido que bueno por conocer, porque en la isla parecería que ya no se conocerá nada bueno.

Es una solución y una esperanza: no hay ruedas de automóviles, ni de cherna, ni de serruchos, no hay tampoco rueda de la fortuna, pues a bailar casino, que una buena rueda de casino lo salva del tedio y del gobierno, dos cosas que ya se han convertido en cosas insoportables.