La “revolución” y el 11J: lo que sería, lo que fue, lo que será

El totalitarismo que se impuso por décadas ha entrado por la fuerza de la tozuda realidad en una etapa terminal de postotalitarismo sin veleta y sin futuro. Cuba sufre. Cuba duele
Protesta frente al Capitolio de La Habana
 

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El estallido social del 11 de julio del 2021 (11J) acabó por derrumbar los mitos que había dentro de Cuba en algunos sectores, sobre todo de personas mayores; y fuera de Cuba, sostenidos por muchos intelectuales, militantes de izquierda y románticos enamorados del mayo francés de 1968 quienes ingenua y “revolucionariamente” gritaban al mundo que aquello iba a cambiar de inmediato y su lema fue: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”. La revolución cubana era, según el color del cristal de aquellas gafas, el icono de la utopía alcanzable en pocos años.

Hoy quisiera compartir con ustedes lo que dijeron que era y lo que fue aquel proceso que ha entrado en su etapa terminal, pero, sobre todo, lo que pienso, espero y deseo que sea Cuba después de la peor tormenta de su historia. Ojalá el ajetreo diario te deje llegar hasta el final de esta columna.

 

Lo que dijeron que sería

El cambio ocurrido en Cuba en 1959 se anunció como una revolución democrática y popular para terminar con la dictadura anterior y restituir la Constitución de 1940, la más avanzada y el pacto social de mayor consenso en nuestra historia.

De acuerdo con ella, se convocarían a elecciones libres, transparentes y competitivas entre los diferentes partidos existentes en la república. Se convertirían los cuarteles en escuelas, se erradicarían la pobreza y todas las lacras. Se resolverían en breve los problemas enunciados en el llamado “Programa del Moncada”: la agricultura, la vivienda, la salud, se otorgaría “a los obreros y empleados el derecho a participar del 30% de las utilidades en todas las grandes empresas industriales, mercantiles y mineras, incluyendo centrales azucareros”, entre otras medidas llamadas “populares”.

Seríamos una república humanista, no comunista. Se anunciaba la revolución “de los humildes, con los humildes y para los humildes”. La tierra se daría en propiedad a los que la trabajaban, no en usufructo como ahora y como antes. Se bajaría a una justa tarifa eléctrica, se garantizaría la jornada laboral de 8 horas, el salario digno y suficiente. Se promovería la fraternidad entre todos los cubanos. Estas eran otras de las cartas de presentación de un proyecto que recibió un tremendo apoyo y que enamoró a fuerzas del mundo entero.

Pero, atención, hay grupos y personas que se han quedado varados en aquella propuesta que nunca se llegó a construir. Es la revolución que ellos añoraban, soñaban y apoyaron. Es increíble, pero demostrable, la cantidad de “quijotes” que, con un idealismo fantasioso, todavía ven aquí el sueño que los enamoró en la década del sesenta del siglo pasado. Más de medio siglo después, no ven la realidad de Cuba, ven la realidad virtual tras unas gafas de tercera dimensión desde los cristales de los ómnibus refrigerados de breves estancias turísticas en la isla, o desde sus propios países, desarrollados o del Sur, sin haber puesto un pie en el real y contundente escenario de la Cuba que ha sido y es hasta hoy. No vienen a vivir en esta cruda realidad. La defienden regresando a su “vida normal” que quieren cambiar por este sinsentido.

 

Lo que fue

Todavía hoy se mira con simpatía al pequeño pueblo frente a la gran potencia del norte, sin reconocer que el pequeño pueblo se alineó a la gran potencia del este. Muy pronto la revolución daría un golpe de timón, declararía su “carácter socialista” (en 1961) y se alió con la hoy extinta URSS, haciendo depender el 85% de su comercio exterior del bloque soviético.

No solo dependió económicamente, sino que también copió sus leyes, implantó las variaciones tropicales del comunismo europeo, sirvió a sus intereses hegemónicos y geopolíticos y, cuando aquella mole ineficiente y totalitaria se derrumbó, esta isla se hundió en la primera etapa del llamado “período especial”, que no fue más que el comienzo de la larga agonía de un proyecto inventado, híbrido, entre el estalinismo del este y un liderazgo caudillista caribeño que dura, con variaciones epidérmicas, hasta hoy.

Después comenzaron a experimentar con las personas, con toda la nación cubana, isla y diáspora, para tratar de sobrevivir a la debacle, para descubrir la cuadratura del círculo disfuncional y empobrecedor de “algo” que no sería lo que fue, ni sería tampoco lo que hay en el resto del mundo. El ensayo a costa de la única existencia que tenemos en este mundo lleva ya más de 30 años, queriendo subsistir al derrumbe del Muro de Berlín, dando bandazos, sin prisa y con muchas pausas, con miedo a perder el poder y optando por preservarlo por encima de la suerte de la inmensa mayoría de cubanos.

Los mayores, y aún los jóvenes que no se enteraron de aquellas utopías, hemos vivido lo que ha sido este régimen en su dura realidad cotidiana. No es necesario precisar aquí las características de lo que de verdad existió: la llamada “dictadura del proletariado”, que por supuesto, todos sabemos que no es del obrero, ni del campesino, ni del intelectual, ni del artista, ni del humilde, ni del que piensa diferente, ni del que quiere vivir coherentemente su fe religiosa, ni del que aspira a una vida digna y feliz para sus hijos…

Aquel programa no se cumplió. La Constitución del 40 se desechó, las elecciones libres nunca se realizaron, las escuelas se parecen más a los cuarteles por su estilo de “ordeno y mando”, y todo el país se ha dirigido por seis décadas “como se manda un campamento”, como dijera Martí en carta al Generalísimo Máximo Gómez.

El totalitarismo que se impuso por décadas ha entrado por la fuerza de la tozuda realidad en una etapa terminal de postotalitarismo sin veleta y sin futuro. Cuba sufre. Cuba duele, pero soy de los que perseverantemente no se rinde ante la evidencia del desastre.

No quiero ser sordo con el estruendo de la caída de este muro caribeño que se resiste a terminar su desplome, tan evidente como la dureza de las piedras que caen todos los días sobre la sobrevivencia de cada familia cubana. La agonía es aún interminable pero no eterna. Escuché claro y alto lo que el pueblo cubano multitudinariamente demandó en las calles de toda Cuba el 11J: “Libertad”, “Cambio”, “Patria y Vida”.

No quiero ser ciego ante la evidencia incuestionable de lo nuevo que va creciendo, de las redes que van tejiéndose, de las imágenes que niegan la mentira institucionalizada. De la sociedad civil transnacional que puja y se articula. No quiero ser ciego ante el rostro doliente de cientos de miles de madres, abuelas, padres que sufren hambre, enfermedad, falta de medicinas, de agua, de corriente eléctrica, de proyecto de vida, de esperanza. No voy a mirar para otro lado ante la Cuba que sufre.

No quiero ser mudo ante la mordaza que la transparencia, la honestidad, la valentía de millones de cubanos han ahuecado, han traspasado. En el mundo interconectado de hoy y en las condiciones de las tecnologías de la información y las comunicaciones, es imposible amordazar la verdad. Aún más, el travieso y pequeño “Pepito grillo” que, sobre todo los jóvenes cubanos, llevan en sus bolsillos, en sus manos y en su manera de ser y de pensar, ese teléfono móvil aliado de la verdad, pone en ridícula evidencia a la mentira emitida por las viejas y fósiles tecnologías y de los manuales dogmáticos, que no se han dado cuenta que no se “pueden poner parches nuevos en un telón viejo”.

Cada día, ante cada evento, llegan primero las noticias, tal como son, a través de las redes y los celulares, mucho antes de que se corran los viejos telones y aparezcan los ajados y aburridos decorados de la vida en la mentira. Las fake news que también existen deben ser discernidas y denunciadas, pero no travistiendo la verdad en bulos.

 

Lo que será

La fe cristiana vivida y encarnada, la perseverancia en la propuesta y la vista pegada a la realidad, es lo que ha mantenido en Cuba mi esperanza y permanencia. Cada lunes me resisto a terminar mi columna sin mirar al futuro, sin proponer soluciones, sin compartir mis sueños. Cada cual debería compartir lo que sueña, lo que será Cuba en el futuro. Así cultivamos una esperanza con los pies sobre esta tierra. Así disminuirá el deseo de escapar de ella. Aquí van algunos de mis sueños para debatir. Quiero acompañar a mi pueblo con esta visión del futuro de Cuba que quisiera ayudar a construir.

1. Cerrarle la puerta al pasado.

Cuidado, el mayor peligro de los comienzos de las nuevas etapas es la posibilidad de que el pasado regrese. Los “nostálgicos” trasnochados querrán regresar a las “ollas de Egipto”, ese aguado caldo de pequeñas seguridades materiales normadas a cambio de perder la libertad. Los “restauradores” atemporales que siempre argumentarán que no alcanzó el tiempo, por más de 60 años, querrán regresar para acabar de construir lo que nunca existió. Los “novedosos” que se cambian de casaca, cambian el nombre a su partido e intentan reciclarse con un nuevo lenguaje, con un aparente estilo moderno, pero que llevan en sus entrañas el alma del mismo “fenómeno de cansancio y vejez” como lo llamó el papa San Pablo VI, harán lo imposible por regresar. De verdad, creámoslo, el pasado siempre puede regresar. A no ser que le cerremos las puertas y las ventanas.

Propondría que, en lugar de venganza, revancha y desquite, pongamos toda la energía reprimida en procurar, por lo menos, dos cosas: una justicia desde la verdad para los crímenes de lesa humanidad; y, sobre todo, que encaucemos esos sentimientos de rabia en cerrarle la puerta para siempre a proyectos como este que termina.

Cuba no puede, no debe, volver a chocar con la misma piedra y eso depende de cada cubano, de cada voto, de cada mirada alerta, de cada oído atento, de cada denuncia oportuna y pacífica, para que nunca jamás regresen nuevos o viejos totalitarismos, populismos, autoritarismos, caudillismos. Regresar al pasado es el mayor peligro después del cambio. Hay que ponerle trancas a la nostalgia.

2. Abrir las puertas a la libertad con responsabilidad y la participación con democracia.

Pero no se trata de que trancando con siete llaves el pasado, le dejemos la brecha que es no abrir, de par en par, todas las puertas a la libertad con responsabilidad. No es libertinaje. Es despenalizar la discrepancia, normalizar la diferencia, educar ética y cívicamente a todos los cubanos que “son y deben ser los protagonistas de su propia historia personal y nacional”, como dijera San Juan Pablo II en su viaje a Cuba.

Liberar no solo los derechos y libertades civiles, políticas, económicas, sociales y culturales. La garantía de que el pasado no vuelva es abrir las rejas del alma de la nación, zafar el grillete que maniató su espiritualidad, dar expansión y cultivo a la libertad y práctica de religión y de conciencia: “todo pueblo necesita ser religioso porque si no, nada en él alimenta la virtud”, expresó José Martí. A esta libertad interior y a todas las libertades cívicas, le corresponde una responsabilidad consciente y una participación democrática.

3. Prever y consensuar los proyectos para una nación refundada sobre sus raíces.

Debo y quiero insistir en la necesidad de prever, de pensar ahora, de hacer los necesarios ejercicios de prospección estratégica, para que el cambio no nos sorprenda y la improvisación no le abra la puerta a los que “ya saben”: los viejos proyectos, las antiguas manías y los vicios de siempre. No se trata de partir de cero, tenemos en nuestras raíces y en nuestra savia como nación, los fundamentos que nos dejaron nuestros padres fundadores como Varela y Martí.

Es necesario, urgente, prudente políticamente hacer itinerarios de pensamiento y propuestas para el futuro de Cuba. No podemos esperar a que el viejo muro se caiga para comenzar a cocinar los ladrillos de los tiempos nuevos. La improvisación y la falta de propuestas para comenzar el debate nacional es otra puerta que le debemos cerrar al regreso del pasado en que sucumbió Cuba.

4. Crear instituciones fuertes, transparentes y eficaces para conjurar el caudillismo.

Abierta la puerta de la libertad, vistas las propuestas para un nuevo pacto social y jurídico, es indispensable, es vital para la subsistencia de los nuevos proyectos, que se edifiquen desde el principio instituciones estatales y sociales fuertes, transparentes y sobre todo eficaces, no burocráticas, ni susceptibles (en lo humanamente posible) a la corrupción y otros vicios. Sin instituciones no hay país, ni democracia, ni futuro democrático y próspero.

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Un viejo peligro volverá a sacar su cabeza tan pronto como se dé el cambio, ya lo está haciendo: es el viejo caudillismo atávico en Cuba y Latinoamérica, son los nuevos populismos y autoritarismos. Cada vez que alguien me pregunta quién es el hombre para presidente en Cuba, se me enfría el alma. Debemos preguntar mejor qué tipo de instituciones, qué mecanismos democráticos, qué leyes y, sobre todo, qué educación cívica debemos brindar desde ya a los cubanos para cerrarle la puerta a los nuevos “mesías”, a los ególatras “populares”, a todo vestigio de exceso de protagonismo.

La primera pregunta debería ser: ¿estas personas que se postulan o que se proponen, saben trabajar en equipo, han demostrado antes y durante los proyectos en medio del totalitarismo, que han ejercido por suficiente tiempo, métodos y estilos democráticos? El pasado puede volver y de “mesías” salvadores y “hombres fuertes”, ya tenemos bastantes en nuestra historia.

5. Que Cuba se abra al mundo integrándose a la comunidad democrática.

Y por último, pero no menos importante, Cuba debe abrirse al mundo integrándose a la comunidad de naciones libres y democráticas, pero no solo en lo económico, sino en las nuevas visiones de lo político, de la convivencia social contemporánea, del protagonismo y el tejido trasnacional de las sociedades civiles. La cerrazón en viejos esquemas de nacionalismos trasnochados empobrece material y espiritualmente.

La globalización de la cuarta revolución industrial, de la era digital, exige el cuidado de las culturas locales al mismo tiempo que responder a los desafíos de la “aldea global”. El talante y la cultura de los cubanos favorecen esta necesaria apertura.

Si has llegado al final, quizá habrás experimentado que lo que soñamos que será nuestro país nos llena de esperanza, pero también de una grave responsabilidad ciudadana: no dejar a los de arriba, a los que trepan, a los que “saben”, o incluso a los que aspiran legítimamente, la tarea de hacer para nosotros un nuevo país. Si eso ocurriera tengamos la certeza de que el fantasma del pasado regresaría y Cuba volvería a chocar con la misma piedra.

Para garantizar ese protagonismo de la ciudadanía y de una sociedad civil madura y activa, es necesario y urgente un programa de educación ética y cívica.

Comencemos ya. Continuemos los que hace décadas hemos entregado nuestras vidas a este callado y necesario servicio al futuro de Cuba.

 

Este texto fue publicado originalmente por el Centro de Estudios Convivencia

Portada: Manifestación del 11 de julio frente al Capitolio. Foto: EFE


 

Escrito por Dagoberto Valdés Hernández

Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955). Ingeniero agrónomo.Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017. Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007. Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006. Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años. Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director. Reside en Pinar del Río.

 

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