El predelincuente

Un niño nace en Cuba y no sabe lo que le espera; los padres tampoco, y los vecinos se suman a esa interrogante. Lo único que saben todos es que ese niño será vigilado desde el cunero hasta la tumba
Ilustración de niños cubanos vestidos de presos y encadenados
 

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El nacimiento de un niño debería siempre ser una fiesta. Menos en Cuba, en los lugares más remotos se celebra la llegada de una nueva vida. Pero en una sociedad cerrada, totalitaria y vigilada como la cubana, la presencia de un nuevo habitante es, muchas veces, complicado y doloroso.

Más allá de ecografías y ultrasonidos que solamente captan el cuerpo físico del niño, pero no su esencia, sus inclinaciones políticas, sexuales y religiosas, no hay cómo saber las convicciones que pudiera tener o no tener esa criatura. No hay ecografía para anticipar su ideología y, por tanto, su llegada es, más que incógnita, una amenaza: ¿Sabrá ese niño ser como el Che? ¿Asmático, argentino o con tendencias sicópatas? ¿Tendrá tendencias al agua, es decir, vocación de balsero? ¿Quién pagará por el tiempo en la incubadora en caso de necesitarla?

Un niño nace en Cuba y no sabe lo que le espera; los padres tampoco, y los vecinos se suman a esa interrogante. Lo único que saben todos es que ese niño será vigilado desde el cunero hasta la tumba, porque un niño en la siempre alegre isla de Cuba nace siendo sospechoso. Como ha estado 9 meses flotando en el líquido amniótico, la policía está segura de que ya sabe nadar. Y desconfía de lo que estuvo pensando allá adentro él solo, sin supervisión de las organizaciones políticas o de masas.

Siempre ha sido así desde el inicio de los tiempos. O sea, los tiempos modernos que inauguró Fidel Castro en 1959, y que como buen mafioso desconfiaba de todos y de todas, y hasta se quitaba la sombra antes de dormir no fuera a ser que intentara asesinarlo. Por eso en Cuba el ser humano es sospechoso hasta que se demuestre su inocencia, si te dejan.

Porque demostrar que no eres culpable de lo que otros piensen de ti, es casi un calvario que pudiera dejarte calvo y sin cejas. Cualquier socotroco que haya gritado “Patria o muerte” más de dos veces puede acusarte de lo que se le ocurra, y el Estado le creerá. Incluso aunque todavía a ti no se te haya ocurrido pensarlo. Por esa razón mostrar adhesión es un trabajo tan arduo. Ser “confiable” para quitarte de encima tanta garrapata ideológica y tanto comisario de pacotilla, es una tarea diaria y agotadora.

No hay paños tibios, aunque el mundo cierre sus ojitos y mire hacia otra parte; aunque se tape con cera o gomas los oídos, el régimen cubano pertenece, desde el mismo comienzo, al bando de los estados policiales, donde desde que naces hay ojos puestos encima de ti y ninguna ley te ampara.

La dictadura es cautelosa, por eso mismo ha durado tanto. Siempre apuntala antes de que caiga el techo. Y todo lo que han impuesto los que mandan desde hace 62 años ha sido para prever y no tener que lamentar. Poco falta para que interroguen a los fetos sobre si van a traer a este mundo un corazoncito revolucionario o serán carne de mercenarios con vocación de agentes de la CIA. Imagino a los pediatras midiéndole la “combatividad” a los niños recién nacidos y poniéndoles la pañoleta de pioneros en el cunero.

Pero siempre van a más. Los policías no duermen y también se quitan la sombra al acostarse. Ahora afinan algo que llaman 'peligrosidad predelictiva' dentro de la Ley de Proceso Penal. Como si Cuba necesitara más controles, más dedos para palpar próstatas y úteros, y no un país abierto donde se pueda opinar y debatir. Como si un país fuera próspero por leyes que asfixian a sus habitantes.

Por eso el pueblo cubano ríe cada vez con más amargura y menos ánimo y aún se burla de lo cerrada que se pone la jugada. Porque mientras haya un culpable tan versátil y utilizable como “el bloqueo” seguirán poniéndole al pueblo la pierna encima del cuello, aunque no respire. Por eso en la isla se dice que “lo que no está prohibido, no está autorizado o es ilegal”.

La gente ríe en medio de una mueca y sigue confiando en el “Dios de la bolsa negra”, o en conseguir algo por debajo de la mesa, sin comprender, sin enterarse de la gravedad de lo que le viene encima. Esa Ley de Proceso Penal y lo que ahora el régimen pretende adicionarle como “peligrosidad predelictiva” es otra vuelta al garrote: mientras respires estás haciendo algo prohibido. Ese engendro diabólico que ellos llaman “ley” lleva “300 artículos más que la anterior. Y “abre la posibilidad de modificar el procedimiento que impone sentencias de hasta de cuatro años de cárcel por peligrosidad predelictiva a ciudadanos que, sin cometer delitos, son acusados de conducta antisocial”.

En fin, que un niño viene al mundo a reír y a crecer, pero en Cuba, lo hará entre sospechas y será interrogado para ver de qué reía. Estará, desde su primer llanto bajo la lupa ideológica del gobierno del Ministerio del Interior, que es en realidad una fábrica de enemigos que ha hecho que el cubano desconfíe de su hermano, de su vecino y de su hijo.

De modo que ese niño nacido en lo que una vez el Gran Almirante Cristóbal Colón calificó “la tierra más hermosa que ojos humanos vieran”, y que beberá leche –¿de vaca, en polvo, mezclada?– hasta cumplir los 7 años, tendrá un largo camino por delante observado por el ojo del Gran Hermano, escuchado por la Gran Oreja, y su respiración controlada por lo que llaman con optimismo “la quinta mejor policía del mundo”.

Aún no me explico cómo los científicos, en manos de la cúpula militar, no han inventado todavía algo parecido a un “termómetro del fervor revolucionario”, o un aparato que capte las ganas de reírte cada vez que ves una foto de Díaz-Canel o del resto, o te brillen los ojos al ver el mar y el horizonte. Pero es mejor no dar ideas.

Todo está en función de vigilar y desconfiar. O confiar, pero verificar, como decía aquel viejo proverbio ruso que dicen que usaba con frecuencia el predelincuente Vladimir Ilich Ulianov, alias Lenin.

Con esa incertidumbre y poca fe en el modelo económico que dicen construir (lleva más tiempo de construcción que las pirámides) y el diseño ideológico de la sociedad que pretenden controlar, un buen día las embarazadas asistirán obligatoriamente a escuchar cada mañana discursos de Fidel, para que el feto, allá en su placentera placenta, sienta las vibraciones revolucionarias del Comandante y nazca amando al gran líder, decidido a dar su vida por esa “brújula” que trajo a su pueblo.

A menos que ese mismo feto quiera irse del país sin haber visto el mundo, solamente por el terror de nacer en Cuba. O algo peor, que exijan nacer únicamente cuando haya un cambio real.

 

Portada: ilustración de Armando Tejuca/ ADN Cuba

Escrito por Ramón Fernández Larrea

Ramón Fernández-Larrea (Bayamo, Cuba,1958) es guionista de radio y televisión. Ha publicado, entre otros, los poemarios: El pasado del cielo, Poemas para ponerse en la cabeza, Manual de pasión, El libro de las instrucciones, El libro de los salmos feroces, Terneros que nunca mueran de rodillas, Cantar del tigre ciego, Yo no bailo con Juana y Todos los cielos del cielo, con el que obtuvo en 2014 el premio internacional Gastón Baquero. Ha sido guionista de los programas de televisión Seguro Que Yes y Esta Noche Tu Night, conducidos por Alexis Valdés en la televisión hispana de Miami.

 

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