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Libertad para el Habana Libre

¿Es libre el Habana Libre que está en una Habana que no es libre?

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Habana Libre, Cuba
Armando Tejuca | Habana Libre, Cuba

Actualizado: Mon, 08/07/2023 - 10:34

La noticia sorprende, alegra y estimula. Hace pensar que están cambiando las cosas, pero la sensación pasa rápido: “El hotel Habana Libre recupera su cartel lumínico tras cuatro años a oscuras y roto”. Decía “na Libre” y mostraba en lo alto la esencia de lo que es la Cuba actual. 

El tono con el que informan es entusiasta, alborozado y un poco ingenuo. Lo hacen de manera natural, como si componer una cosa que se descompuso y estuvo tanto tiempo descompuesta, fuera lo más normal del mundo: “Tras cuatro años apagado y desmantelado, el cartel del emblemático hotel Habana Libre, ubicado en la misma esquina de 23 y L, luce nuevamente todas sus letras y su lumínico.

"Continúa el montaje del cartel de nuestro querido Habana Libre. Anoche se iluminó y la ciudad se vio más bonita", escribió en sus redes la instalación turística, enclavada en El Vedado”.

Derrama optimismo y fe en el futuro, como si chorreara limón, que es la base de todo. Pero...¿La Habana será libre? ¿Es libre el Habana Libre que está en una Habana que no es libre?

Ahora ha cambiado su imagen, su rostro, si es que acaso un hotel pudiera tener rostro. La primera mudanza la sufrió cuando entraron aquellos alborotadores armados, todos vestidos de verde, y el jefe de ellos, que corrió por todo el lobby hasta llegar a la cafetería para pedir un batido de chocolate. Parecería que todo el trayecto que hiciese en el yate fuera para eso. Que los años en la Sierra Maestra, en lo que llamaron comandancia, habían sido para tomarse un día un batido de chocolate allí, frío, gratis. Y no en cualquier timbiriche, sino como lo hizo todo en su vida, a lo grande, porque aquel sitio fue en su momento el hotel más alto de América Latina.

Entonces se llamaba Havana Hilton y sus 27 pisos habían sido levantados con el dinero de la Caja de Retiro y Asistencia Social de los Trabajadores Gastronómicos, que un día no tuvieron retiro, ni asistencia social, ni caja, y no pudieron traspasar las puertas de aquel recinto, como si fueran apestados, por culpa de los apestosos que lo habían ocupado para su jefe saciara sus ansias de un batido helado de chocolate.

Desde cualquiera de sus balcones se divisa el cine Yara, que antes se llamaba Radiocentro, y mucho antes, Wagner. Y también, enfrente, el edificio del ICRT, que habían levantado los hermanos Mestre para llamarlo CMQ, y que ahora tiene un nombre que no se sabe ni el que lo dirige. Desde el techo puede vislumbrarse la Avenida Salvador Allende, que siempre fue Carlos III. De cualquiera de los pisos más altos se distingue con claridad la calle G, que un día fue la Avenida de los Presidentes, que desemboca en la otrora Plaza Cívica, luego convertida en Plaza de la Revolución, porque se le acabó de golpe el civismo. 

También, en sus alrededores, quedan restos de aceras donde algunos “pepillos vagos, hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos. Algunos de ellos con una guitarrita en actitudes “elvispreslianas”, y que han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides, por la libre”. Y lo mejor, desde todos los ángulos y alturas, el huésped del hasta hace poco Na Libre podrá deleitarse con las hermosas ruinas de La Habana, tan llenas de historia. Así comprobará, con esos ojos que se va a comer la tierra, todo el daño que ha hecho el bloqueo, que ni dirigentes buenos deja importar.

Y, aunque estés en una habitación de los pisos más altos, puedes bajar aceleradamente en uno de los elevadores e imaginar a aquel barbudo desesperado y sediento entrar con las botas sucias a pedir, de manera gratuita, un sabrosísimo batido de chocolate. Y, aunque hayan arreglado el cartel lumínico que identifica desde el horizonte y en casi toda la ciudad al hotel Habana Libre, antes Hilton, pueden pasar dos cosas: que los elevadores estén rotos o que no haya chocolate para hacer un batido en la cafetería. Por suerte, tampoco existe ya aquel sucio, empercudido hablantín que entraba desesperado desde un alojamiento que nunca pagara a tomarse el delicioso batido de chocolate. Gratis, como todo lo que hizo desde 1959.

Lo curioso es que aquel hombre, que luego hizo y deshizo en el país, y que se dio gusto jugando al agrónomo, al ganadero, al botánico y a todos los etcéteras, atravesó la isla y fue directo a la barra de la cafetería del Havana Hilton para su cuota gratuita de batido de chocolate. No se perdió, como solía hacer, o como hizo en la ocasión quizá más importante de su vida de guerrero. Pienso que, si dentro del cuartel Moncada hubiera habido un establecimiento donde tomar gratis batido de chocolate, él hubiese llegado a tiempo al combate. Y se lo hubiera tomado antes o después, pero se lo hubiera tomado.

Después, en el extranjero, extrañando al Havana Hilton y su cafetería, ese mismo señor escribió, profético y desafiante: “En el 56 seremos libres o seremos mártires”, y regresó a Cuba a poner mala la cosa y a acercarse a los batidos. Fue una verdadera lástima. Después de eso no fuimos libres jamás. Ni siquiera el hotel, aunque lo anunciara en el cartel lumínico. Con lo bonito que habría sido que fueran mártires, aunque se hubiera perdido el batido de chocolate de la cafetería.

“En 1960, un pedazo del mural de Amelia Peláez, emplazado en la fachada, cayó sobre el área de la piscina y provocó la muerte de Zita Coalla, bailarina del cabaret Tropicana, y de su prometido, que tomaban el sol en los alrededores de la piscina”. Entonces todos comprendieron que, en aquel hotel, y por extensión en toda Cuba, uno no podía tomar nada por sí mismo sin que lo orientaran de arriba, y muchos pensaron que aquella desgracia había sucedido por culpa del bloqueo, que también desapareció de la cafetería el chocolate, la leche para los batidos y hasta el hielo.

Un periodista escribió que el gobierno de Cuba había conducido al país a un atolladero, pero me gustaría rectificarlo. La situación es “más peor”. Han llevado al país a un “entolladero” donde lo penetran por la parte donde viven los oxiuros.

Nadie sabe si algún día el Habana Libre será libre de verdad y en sus alrededores, desde el cabo de San Antonio a la punta de Maisí, se respirará libremente. Pero como van las cosas, al letrero lumínico le esperan muchos apagones y demasiadas roturas. Algunas serán incluso simpáticas. Por ejemplo, si se le cae la Hache de Habana, no pasará nada, porque hasta los médicos escriben en Cuba como si no los hubieran alfabetizado. Tendrían que cuidar el funcionamiento de la segunda palabra, esa que habla de libertad. 

Y si un día se le apagan las tres últimas letras será otra señal. Cuando vean que allá en lo alto, en azul brillante, dice “Habana Li”, es que los chinos ya llegaron y han comprado el hotel.