La enorme brecha entre dirigentes y dirigidos, el caso de Machado Ventura

La enorme brecha que hay entre dirigentes y dirigidos en Cuba hace que existan dos países: el que viven e imaginan los primeros, y el que padecen los segundos. Fernández Larrea lo demuestra con una curiosa anécdota que envuelve a Machado Ventura
José Ramón Machado Ventura. Foto: Granma
 

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En el principio era el Verbo y el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios. Y Fidel Castro los usaba a ambos cuando empezó a derrumbar el país, a desmontarlo pieza a pieza con entusiasmo y con saña.

Y estaba tan metido en todo, pendiente a cada detalle, aunque no acabara de entender cómo funciona la gente normal, ni cómo se trabaja honradamente, ni cómo los cubanos podían vivir en familia y no odiarse, que el tiempo fue pasando y jamás aprendió a comprenderlo. Y entonces, gracias a él, el hermano se volvió contra el hermano, y el hijo contra el padre, y comenzaron las ausencias y las nostalgias.

Sin embargo hubo, entre la gente simple que creía tener una esperanza de mejorar sus vidas, una frase para explicar por qué las cosas no comenzaban a ser como querían, como las habían soñado, como las necesitaban. Y ese mismo pueblo entusiasta y ciego, que no veía lo que había escuchado, justificaba todo con esa frase de consuelo: “Esto pasa porque Fidel no lo sabe”, y también “deja que Fidel se entere de esto”.

Pero Fidel no se enteró jamás. Y los que lo rodeaban y los que le seguían, tampoco. Acomodados en la cumbre, allá encima de todo el mundo, no supieron ni tuvieron voluntad de ver y de sentir la naciente desesperación del pueblo. 

Otros, a nivel intermedio o más humildes, no quisieron decirlo. Describir las penurias que iba sintiendo el cubano de a pie parecía peligroso, porque el hombre revolucionario no se queja y aprende a vivir de modo heroico, amén de que describir la creciente lista de necesidades podía ser utilizado por el enemigo. Ese enemigo que lo justifica todo. Ese gran culpable de los errores propios que se convierten en ajenos.

De modo que el país fue desmoronándose, y la miseria fue invadiéndolo todo, minando la voluntad de aquel cubano antes tan chispeante y emprendedor. Porque ser emprendedor era un rasgo capitalista, un rezago. Siendo emprendedores se era más libre, y eso en una dictadura es peligroso. La pobreza mantiene quietas a las personas que esperan que tu mano, la mano de Fidel y del estado los alimenten. Porque la esperanza es lo último que se pierde.

Cuba se convirtió en un país dividido en dos: los de abajo, que son mayoría, y los de arriba, cercanos al poder, con prebendas a las que no acceden fácilmente los otros. Para los de arriba todo iba bien, y cuando parecía que no iba bien se le pedía al pueblo más sacrificio para vencer los contratiempos y salir victoriosos derrotando al imperialismo.

De eso padecen sus dirigentes. Alejados de los de abajo, a quienes ven en rápidas inspecciones o en las alegres movilizaciones a las que asisten, con mucha hipocresía y miedo los que sufren, no tienen idea del desamparo de un país que se les fue de entre las manos.

Uno de ellos, de los encumbrados, de los que sobreviven en la vieja guardia es José Ramón Machado Ventura, ideólogo del partido, que es noticia a cada rato cuando está aburrido y le da por llegarse a alguna cooperativa agropecuaria para dar ideas del paleolítico superior o pedir más sacrificios, y es el protagonista de esta anécdota real que muestra cuán distanciados están de la realidad cubana.

Era abril o mayo del año 1987. La ciudad de La Habana y Cuba toda recibía uno de los últimos maquillajes que las subvenciones soviéticas daban para que la población olvidara el éxodo del Mariel. Acababa de celebrarse el Tercer Congreso del PCC donde, y cito textual con el lenguaje que no ha cambiado un ápice: “se constataron avances en la consolidación de la conciencia revolucionaria y logros en el plan del quinquenio”.

Debió ser en una esquina de Belascoaín, llamada Padre Varela y Concordia. Era una cafetería desolada, amplia, con mesas vacías y una antigua barra que antes usó uno de los tantos bares de la zona. En la tablilla de anuncios solamente se exhibía ‘guachipupa de fresa’, fósforos y cigarros.

Estábamos una camarera aburrida y yo, que decidí quedarme cuando vi un carro llamativo que frenó en un costado y del que se bajaron dos individuos, el chofer y un hombre bajito que cubría su calva con los tímidos y escasos pelos del otro lado de su cabeza. Decidido, enfundado en pulcra y blanca guayabera, se dirigió a la empleada, que no reconoció al dirigente partidista. Machadito, como le decía su jefe, se arrimó a la barra y dijo: “Compañerita, ¿me puede dar un vaso de agua”.

La muchacha se volvió en cámara lenta, casi sin mirarlo, y respondió: “Los pajaritos son más chiquitos y van al río”. Machado Ventura encajó el golpe aturdido. Miró al chofer, luego me echó una ojeada, y le hizo señas nerviosas a su acompañante para regresar al auto. Los vi partir y solo entonces pude reírme.

No tengo constancia, pero imagino que él ha seguido yendo allí durante todos estos años a pedir un vaso de agua sin explicarse por qué no se lo dan. No ha comprendido que “los pajaritos son más chiquitos y van al río”.

 

Escrito por Ramón Fernández Larrea

Ramón Fernández-Larrea (Bayamo, Cuba,1958) es guionista de radio y televisión. Ha publicado, entre otros, los poemarios: El pasado del cielo, Poemas para ponerse en la cabeza, Manual de pasión, El libro de las instrucciones, El libro de los salmos feroces, Terneros que nunca mueran de rodillas, Cantar del tigre ciego, Yo no bailo con Juana y Todos los cielos del cielo, con el que obtuvo en 2014 el premio internacional Gastón Baquero. Ha sido guionista de los programas de televisión Seguro Que Yes y Esta Noche Tu Night, conducidos por Alexis Valdés en la televisión hispana de Miami.

 

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