José Martí es el escritor cubano más mentado de este mundo. El más citado. El que más se nombra. Pero es también el menos leído, y el menos entendido en la profundidad de su pensamiento.
Martí es el bueno para todo, el que parece estar siempre presente en la isla de Cuba, sobre todo después de su centenario, en enero de 1953.
Martí es el Apóstol, el poeta, el pensador. El escritor más prolífico y profundo de Cuba, al que le han dedicado ensayos y artículos, y al que han erigido Centros de estudios, brigadas juveniles y hasta una organización infantil, la de los pioneros, que lleva su nombre.
Pero Martí ha sido usado. A la fuerza. Lo han enarbolado en las buenas y en las malas. Lo convirtieron en un hombre de acción, cuando, en la primera escaramuza de la guerra en la que decidió participar, fue muerto por los disparos de soldados españoles.
Para la gran mayoría de los nacidos a partir de 1970, José Martí es uno más, tal vez el jefe, de los asaltantes del Cuartel Moncada, aquella madrugada del 26 de julio de 1953. Para otros, fue el autor intelectual, el que les dio cuerda a aquellos muchachos inquietos y universitarios, el que organizó el ataque, y si bien no participó en la contienda, (Fidel tampoco, porque llegó tarde), estaba a buen resguardo en la granjita Siboney, esperando que el tirano Fulgencio Batista fuera ajusticiado en su madriguera.
Martí, el hombre triste, el desterrado, el que llevaba en su corazón todas las penas del mundo, es citado hasta para un congreso de fabricación de tornillos y tuercas. Sus frases adornan las paredes de Oficodas y fábricas, de terminales de ómnibus y estaciones de policía. Porque Martí adorna, Martí da lustre, Martí protege.
Muchos se escudan detrás de Martí sin haberlo comprendido nunca. Los policías que reprimen y golpean, seguramente saben de memoria algunos de sus versos sencillos, y piensan en su fuero interno que están defendiendo a José Martí mientras enarbolan sus porras o amedrentan y amordazan.
Pobre Martí, tantas veces traído por los pelos, tan vilipendiado, tan presente cuando conviene y tan olvidado cuando no conviene. Él, que nos habló de la virtud, es esgrimido para gritar e insultar, para empapar de odio a los propios hermanos, en un ejercicio poco virtuoso de doble moral y mentiras.
Pobre José Martí, el cubano que sintió en su piel el dolor de un país, y sin embargo proclamó el amor y la ternura, y la comprensión de los seres humanos. El poeta y visionario que quiso siempre una república “con todos y para bien de todos”, el que logró por una vez la unión de la mayoría de los cubanos, esa proeza, y ha sido usado para dividirnos y odiarnos, para clasificarnos y marginarnos.
José Martí es asesinado cada día, una y mil veces, cuando el poder intenta justificar el totalitarismo y la fuerza; cuando lo llevan y lo traen para la tortura y la exclusión.
Es hora de entenderlo, y que vaya a nuestro lado, en la mente y en el corazón, o dejarlo descansar, dormir lo que merece, hasta que no desterremos toda discriminación.